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Llamado a la sensatez

Colombia debe abandonar la ruta de la polarización en la que insisten algunos líderes.

Editorial .
Estaban todavía en el aire las palabras de los obispos y sacerdotes que durante la Semana Mayor advirtieron sobre los peligros de que el país siguiera transitando por la ruta de la polarización cuando el martes pasado se produjo en el Congreso un fuerte enfrentamiento entre el expresidente y senador Álvaro Uribe y el también senador y excandidato presidencial Gustavo Petro.
La confrontación se libró en términos lamentables y muy lejos de lo que el país espera de quienes pueden ser los líderes políticos con más capacidad de convocatoria hoy en Colombia. Al contrario, podría decirse que tal nivel de beligerancia es exactamente lo opuesto de lo que hoy necesita una sociedad con heridas abiertas que deben cerrarse para poder avanzar, tal y como lo recordaron los jerarcas católicos. Ellos fueron reiterativos en llamar la atención acerca del inmenso riesgo que para las nuevas generaciones implica el hecho de que líderes sin lugar a dudas carismáticos persistan en discursos que produzcan división.
Este tipo de dardos de parte y parte solo consiguen abrir más esas heridas. Incluso echar sal en ellas, a un costo que puede ser enorme. Y es cierto también que hay liderazgos que solo son viables en escenarios de polarización extrema y exacerbación peligrosa de los ánimos. Los hechos en cuestión no hacen sino darles la razón a los observadores que insisten en que este tipo de encontronazos acentúan diferencias y garantizan supervivencia y viabilidad para quienes encarnan cada uno de los polos que se oponen.
Para ser claros, es una actitud que si bien puede ser de buen recibo entre los seguidores más fieles y radicalizados de ambos, también alimenta la sensación de rechazo hacia ambos de un sector para nada despreciable de la opinión. Es, justamente, esa franja cansada de que los epítetos hayan desplazado a los argumentos en recintos como el Capitolio, pero no solo allí. Dan fe de lo anterior las encuestas de opinión recientes en las cuales sale mal librada la imagen de ambos. En los dos casos, la percepción como desfavorable ronda el 50 por ciento, cifra que alude a un hecho cierto: los colombianos no están dispuestos a observar de manera pasiva cómo se radicaliza el ambiente político. Al contrario, esta exacerbación de las pasiones tiende a ser castigada, por ahora, en los sondeos y encuestas, y en las urnas llegado el momento de acudir a ellas.
Pero no solo se trata de la manera como acusaciones mutuas sumamente graves, que rayan todas con la calumnia, puedan ser percibidas por la gente. El asunto genera enorme preocupación también porque es bien sabido que posturas radicales y beligerantes de este tipo corren un alto riesgo de ser chispa que encienda peligrosísimos fuegos en una sociedad que históricamente ha mostrado propensión a recurrir a la violencia –de todo tipo– para resolver sus problemas. Estos no pueden ser los mensajes emitidos desde la legalidad. Las expresiones de violencia y hostilidad contra la Fuerza Pública registradas en la jornada de protesta del jueves pasado en Bogotá, por no hablar de lo que a diario se lee en las redes sociales, son una señal más de que, dicho coloquialmente, el palo no está para cucharas.
Tal panorama trae consigo la pregunta por la ausencia de voces de peso que en contextos como el del Congreso llamen a la sensatez. En general, en el debate público hacen falta posturas que sean referente de ponderación y sindéresis. Es el momento de hacer un llamado para que se unan las voces de quienes creemos que el camino de la violencia verbal es el menos conveniente para Colombia, de quienes mantienen la convicción de que el final del conflicto armado con las Farc debe ser el hito histórico que dé paso a una paz estable y duradera. Porque un ambiente político dominado por los registros de este tipo de confrontaciones perjudica a todos por igual, para no hablar de la forma como a largo plazo termina haciendo mella en la legitimidad de las instituciones. Con toda claridad, es una senda que debe evitarse.
El debate en el Senado en torno a la aprobación o no de las objeciones del presidente Iván Duque ha sido el marco de esta disputa. Tal vez lo indicado sea esperar a que tenga lugar el trámite y se calmen los ánimos para encontrar un espacio –reiteramos, posterior a la votación de las mencionadas objeciones– en el cual sea factible debatir entre todos los involucrados los ajustes de la Jurisdicción Especial para la Paz.
De esta manera se podrían alcanzar consensos a partir de los cuales sea posible comenzar a trazar una hoja de ruta que suscite entusiasmo y respaldo entre todos aquellos que saben que las nuevas generaciones merecen algo mejor que un país en donde la agresión tome el lugar de la deliberación.
EDITORIAL
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