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La muerte del soldado

Hay que escuchar con atención el reclamo de su madre. Dice que él murió en la instalación militar.

Editorial .
No son claros los hechos que precedieron la muerte del dragoneante del Ejército Nacional Javier Steven Sánchez Beltrán, cuya desaparición se produjo en extrañas circunstancias el pasado 16 de agosto, y su cuerpo sin vida fue hallado un día después. El caso ha despertado un comprensible interés por cuanto no es común que un servidor de las Fuerzas Militares, sin ningún tipo de amonestación e hijo ejemplar, según lo relatado por su propia familia, tenga un final trágico y nada se sepa al respecto. Tenía 19 años y prestaba servicio en la Escuela Logística del Ejército, en San Cristóbal, en el sur de Bogotá.
Hay que escuchar con atención el reclamo de la madre del muchacho, que asegura que su hijo murió en la instalación militar y luego fue arrojado al río Fucha, muy cerca de la sede militar. Más extraña aún es la explicación que le dieron a ella, según la cual su hijo había desertado de las filas esa misma noche del 16 de agosto, a sabiendas de que el deseo del joven era seguir una carrera militar. Todo sigue siendo muy confuso.
Por su parte, el Ejército se ha comprometido con la investigación –como debe ser– para esclarecer lo sucedido, ha estado en contacto con la familia del soldado y adelanta una labor de recolección de todas las pistas posibles junto con la Fiscalía y Medicina Legal para llegar al fondo de este asunto que, insistimos, no puede quedar a la deriva. “El compromiso (...) es aunar todos los esfuerzos humanos, logísticos y administrativos, con el objetivo de saber qué fue lo que pasó con el soldado”, ha manifestado la institución.
Como decíamos, el asunto sigue siendo confuso y aún quedan más preguntas que respuestas. El caso debe resolverse con la celeridad que amerita un hecho que no puede arrojar dudas sobre el proceder de la institución castrense y porque hay una madre que con dolor lanza una frase que tampoco debe quedar en el aire: “A mí no se me perdió un par de zapatos, se murió una parte de mi carne (...)”.
EDITORIAL
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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