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Jaime Monge

Estar del lado del ambiente es una lucha cada vez más riesgosa en Colombia y el mundo.

Editorial .
El infame asesinato la semana pasada de Jaime Monge, en el corregimiento de Villacarmelo, cerca del Parque Natural Nacional Farallones de Cali, le recordó al país que estar del lado del ambiente implica, en muchas regiones, un alto riesgo de muerte. Por si queda alguna duda, el año pasado Colombia fue el país donde fueron asesinados más líderes ambientales en el planeta: 64, según el informe anual de la ONG británica Global Witness.
De nuevo hay que decir, como con las masacres de jóvenes, que la verdadera tragedia en un caso como el de Monge está en que existan tantas hipótesis y que todas sean factibles.
Todas tienen en común un conflicto entre el interés general y el particular, sea en términos del daño gigantesco que la minería ilegal les causa a los ríos que alimentan acueductos o en lo que tiene que ver con el derecho de la gente, sin distingo, a disfrutar de senderos y cascadas. Y es aterrador que quienes están en la otra orilla acudan con tanta facilidad al homicidio como herramienta para librarse de quienes consideran un obstáculo para sus planes. Quizás lo hacen a sabiendas de que difícilmente sentirán sobre sus hombros el peso de la ley. No se puede pasar por alto que en este caso, como en el de otro líder ambiental asesinado en los Farallones en mayo, Enrique Oramas, no estamos hablando de territorios apartados marcados por una histórica deuda social del Estado. No. Ambos crímenes ocurrieron a pocos kilómetros de Cali.
Al defender los ecosistemas, líderes como Monge y como Oramas –y todos los demás caídos– asumen con enorme generosidad una causa que nos convoca a todos como especie humana. Ahí radica el valor de la lucha, cada vez más riesgosa en Colombia y el mundo, por cuidar la casa común.
Una labor de estas, sin réditos o utilidades y, en cambio, con grandes riesgos, dota de un poderoso sentido la vida de quienes la asumen. Pero no por ello se pueden dejar a merced de quienes se han entregado al sinsentido de una codicia insaciable y mortal.
EDITORIAL
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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