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El mundo de Godard

Godard, dispuesto a encarar a los espectadores, cambió las convenciones y técnicas del cine.

Editorial
Godard supo en vida que los cinéfilos lo idolatraban. Recibió, antes de que su cuerpo empezara a decaer, todos los homenajes que puede recibir un cineasta: se llevó 51 premios, lo declararon un maestro en Venecia, en Cannes, en Berlín, en la Academia de Hollywood, y se contó con su figura y con su filmografía a la hora de escribir todas las historias del cine. Pero su muerte, en los días de las defensas del séptimo arte y de las discutibles curadurías de las plataformas, ha servido para revisar todo lo que han significado para el mundo no solo su obra bella y retadora, sino las películas clásicas, las suyas y las de sus pares, que transformaron el modo de narrar y de ver.
Jean-Luc Godard nació en París en diciembre de 1930. Vivió la infancia en Suiza. Y en la adolescencia, de regreso en Francia, no solo descubrió su pasión por el cine, sino que entró, a los veinte, a hacer parte del extraordinario grupo de críticos de Cahiers du Cinéma que crearon la llamada nueva ola francesa. Su primer largometraje, Sin aliento (1960), basado en un guion de Truffaut, revolucionó el lenguaje cinematográfico. Vinieron obras maestras de las suyas, rabiosas e indómitas, que marcaron los años sesenta: Vivir su vida (1962), Banda aparte (1964), Pierrot el loco (1965), Alphaville (1965) y Week End (1967). Y luego, en las incasables décadas siguientes, en las que jamás bajó la guardia, joyas como Salve quien pueda (1980), Film Socialisme (2010) o Adiós al lenguaje (2014).
El volátil Godard, que vivió dispuesto a encarar a los espectadores, cambió la energía, las convenciones, las técnicas del cine. Su muerte fue una oportunidad para recordar su talento: Mike Leigh definió su obra como “un festival de retos”, Martin Scorsese recordó que sus películas “están más vivas que siempre”, Claire Denis aceptó: “Su presencia me hizo valiente”. Pero ha sido, sobre todo, una oportunidad para desear el regreso de aquella época de cinefilia en la que las películas eran como Godard: bravas, desconcertantes, geniales.
EDITORIAL
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