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El infierno de Manaos

Las revueltas carcelarias no son nuevas en Brasil. Esta vez 56 reclusos murieron, y 184 se fugaron.

Editorial .
Una macabra conjunción de males desembocó en la primera tragedia del 2017 en el continente americano. Cincuenta y seis reclusos murieron en medio de actos de barbarie en una cárcel de Manaos (Brasil) el pasado lunes. Escenas dantescas, con decapitaciones y profanación de los cadáveres, circularon por las redes sociales poco después de desatarse el motín. Lo ocurrido sirvió para que 184 internos se fugaran.
Los ingredientes que se combinaron para provocar la masacre no son nuevos ni para Brasil ni para buena parte del planeta: tensiones entre grupos delincuenciales dedicados, entre otros delitos, al narcotráfico, en este caso puntual la Familia del Norte y el Primer Comando de la Capital (PCC); hacinamiento –el penal tenía capacidad para 454 reclusos y albergaba a más de 1.200– e inoperancia de la justicia, otro viejo mal que lleva a que miles de personas permanezcan detenidas por un tiempo prolongado sin que se les defina su situación. Según un informe citado por Amnistía Internacional, para el 2013 78 por ciento de la población carcelaria de este país no había recibido sentencia.
Y como es desafortunadamente frecuente, hubo también un ingrediente de retaliación, habida cuenta de un episodio previo en el que el PCC asesinó a 18 integrantes de una agrupación aliada de la Familia del Norte en cárceles del norte del país. En el medio está la disputa del control de las lucrativas rutas a través de las cuales se transporta cocaína proveniente de Venezuela, Perú y Colombia, en el Amazonas.
El infierno de Manaos fue, además, el segundo episodio de revuelta carcelaria con mayor cantidad de muertes después del ocurrido en la prisión paulista de Carandirú, en el que hubo 111 fallecidos en 1992, hechos brutales que llevaron al cierre definitivo del complejo.
Lo que preocupa, y queda para la reflexión, es la respuesta oficial: recordar que ya existe una partida para construir 20.000 nuevas plazas. Una decisión que por más necesaria que sea, dado el terrible hacinamiento, no deja de ser un analgésico para tratar males como el narcotráfico o el populismo penal, que exigen, por lo menos, un debate mucho más sincero.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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