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Diez mil muertes

El covid-19 nos desnudó como país. El alto número de víctimas deja dolorosas pero valiosas lecciones

Editorial .
El domingo pasado, cuando se llegaba en nuestro país a la dura y dolorosa cifra de 10.000 muertos por el covid-19, la portada de este diario mostraba varios rostros de colombianos, de todas las edades, condiciones y oficios, y de toda nuestra geografía, que perdieron la batalla contra este terrible mal, que ya en el mundo entero ha causado la muerte de más de 690.000 personas y ha contagiado a más de 18 millones.
Esos rostros significan muchas cosas, aparte de la pérdida de vidas preciosas y del duelo para cada uno de los hogares –que ayer ya llegaban a 11.000– con los que este diario se solidariza. Ellos nos hablan de la magnitud de una enfermedad para la que ningún país estaba preparado, como no lo ha estado para ninguna pandemia; significan que nadie puede decir que está a salvo del nuevo coronavirus, que el peligro es latente e imprevisible; nos advierten que si bien los mayores de edad son más vulnerables, y hay unas condiciones de salud que ponen más en riesgo a unos que a otros, el tremendo mal del siglo se lleva vidas de personas de todas las edades.
Es una tragedia la que vivimos. Pero esta cifra, después de casi cinco meses de que el virus tocó tierra en Colombia el pasado 6 de marzo, entre revuelo mediático y miedo razonable, también trae dolorosas y, al mismo tiempo, valiosas lecciones. Porque esta desgracia nos ha desnudado como sociedad en todos los ámbitos. Ya sabemos qué sistema de salud tenemos, sus falencias y fortalezas; hemos visto magníficas muestras de solidaridad, hemos aprendido todos qué país tenemos en cuanto a economía y empleo; hemos medido, inclusive, el nivel de cultura ciudadana, que, la verdad, deja en saldo rojo el compromiso cívico.

No es hora de cantar victoria. La fase de aceleración en que se encuentra el país exige que se afiancen las medidas de
seguridad.

Así mismo, hemos visto los esfuerzos del Gobierno –con aciertos y errores, pero creemos que son muchos más los primeros–, guiado por la comunidad científica, para evitar mayores pérdidas de vidas. Colombia, hay que reconocerlo, ganó tiempo precioso al demorar la propagación, mientras se preparaba con su sistema de salud, en especial en la consecución de nuevas UCI. El país cuenta hoy con 3.400 nuevas camas de estas. De no ser así, la cifra comentada sería mucho más abultada. Inclusive, el mal nos ha dado la dura lección de que hay adversidades que nos exigen remar en la misma dirección.
Y si bien desde su aparición el virus ha permitido que se aprendan algunas cosas sobre él, lo cierto es que esta pandemia no ha terminado y, en la fase de aceleración en la cual se encuentra en el país, lo más seguro es que los casos aumentarán a la par con el número de víctimas, por lo que las medidas de seguridad deben afianzarse a todo nivel.
Aunque los indicadores de muerte por millón y de letalidad son de los más bajos del continente, y en algunas regiones este flagelo parece dar alguna tregua, no es hora de cantar victoria, y menos de pensar que en dichos lugares el covid-19 es cosa del pasado, porque los rebrotes que están apareciendo en algunos países de Europa que se deslizaron por esta falsa idea así lo demuestran.
Diez mil víctimas en menos de 6 meses por una enfermedad que no se conocía son suficientes para tenerles respeto tanto a ellas como al virus que las causó.
EDITORIAL
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Editorial .
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