Al final se impuso la voluntad popular en Bolivia, y en una contundente demostración, el candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) ganó por más de 20 puntos de diferencia sobre su principal rival, el centrista Carlos Mesa, y así se hizo con la presidencia en primera vuelta y, de paso, dejó muy en entredicho la versión del supuesto fraude que se habría cometido en las elecciones del 2019.
Esto, por supuesto, si el lentísimo escrutinio oficial termina avalando los conteos rápidos privados que dieron a Luis Arce como nuevo presidente, y que fueron ya aceptados por Mesa y la presidenta interina, Jeanine Áñez, a pesar del clima de extrema polarización que rodeó la jornada y los temores de una alteración del orden democrático y constitucional.
Arce, un muy cercano exministro del expresidente Evo Morales, recoge sus banderas, devuelve al evismo al poder y tiene como misión recobrar la confianza en las instituciones, sanar heridas y sacar a su país de la crisis económica producto de la pandemia del nuevo coronavirus y de la caída de los precios del gas natural. A él le atribuyen el boom económico que logró crecimientos de unos 6 puntos porcentuales en un contexto diferente.
Sin embargo, y más allá de todo esto, su verdadero desafío tiene que ver directamente con su mentor. ¿Qué va a hacer Arce con la figura del legendario líder indígena, sobre el que pesa una orden de arresto por terrorismo y financiamiento del terrorismo durante las convulsiones sociales del año pasado?
Morales había anunciado desde antes de las elecciones que si el MAS obtenía la victoria, regresaría de inmediato a su país desde Argentina. Pero se vería muy mal que Evo no llegara a hacerle frente a la justicia, así considere que los cargos tuvieron motivaciones políticas. Esta es la primera gran prueba para Arce, que tiene la oportunidad de arrancar con pie derecho su mandato. La sombra de Evo pesa demasiado.
EDITORIAL