Las balas de dos sicarios acabaron el lunes pasado en la madrugada con la vida de Harold Angulo Vence, más conocido como Junior Jein, el Cabaio o el Negro Grande. A la entrada de una discoteca en Cali encontró la muerte este intérprete y compositor del género urbano y de la salsa choke, de la que es considerado uno de sus padres.
Por temas como Somos diferentes y Caliwood, por solo mencionar dos, se recordará a Jein, pero su huella será imborrable, ante todo por la vida íntegra que llevó. Oriundo de Buenaventura, tierra que amó y fue su causa, Jein alzó la voz cada vez que fue preciso para que su clamor para que miles allí tuvieran una vida más digna fuera también el de todos los habitantes del puerto.
Se ganó así el respeto del pueblo bonaverense –que hoy lo llora– y de muchos más en el Pacífico y en todo el país por el coraje que le sobró para poner los puntos sobre las íes, sin temor a incomodar. Con su música denunció abusos de la Fuerza Pública en el paro del 2017 que tuvo lugar en el puerto, y junto con otros artistas se preguntó quién mató a los cinco niños asesinados el año pasado en la masacre de Llano Verde, en la capital vallecaucana.
Basta ver su testimonio publicado por el canal de YouTube de la revista Shock, en febrero pasado, para constatar no solo el profundo vínculo que lo unía con su territorio de origen y el conocimiento que tenía de las causas de su drama social, sino una disposición transparente y poderosa para servir en la tarea de reconstruir su tejido social. No asomaban resentimientos, odios o rencores.
Este horrendo crimen debe esclarecerse. Es una buena noticia saber que los presuntos autores materiales ya fueron capturados, ahora urge ir por los intelectuales. Pero aquí no termina la tarea: solo cuando el Pacífico colombiano deje atrás esta horrible noche por la vía de la dignidad se habrá honrado la memoria de Junior Jein.