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Dos años de contrastes

El alcalde de Bogotá llega a la mitad de su mandato con un balance de luces y sombras.

Editorial .
Bogotá cumple dos años bajo el mando de un alcalde y un equipo que se acostumbraron a su ritmo y a un afán por hacer obras, aunque muchas de ellas queden para la próxima década. Es el estilo que ha caracterizado a Enrique Peñalosa, paradójicamente, el más impopular de los alcaldes de las capitales más importantes del país. Si su consigna al comienzo del gobierno fue desatrasar la ciudad en materia de infraestructura ,y fue eso lo que sedujo a los electores, el costo que ha debido pagar ha sido alto. Porque las expectativas fueron enormes, la gente quería resultados en el corto plazo, y sus promesas más importantes solo verán la luz dos o tres administraciones más adelante.
Lo corrobora un tema en el que él mismo se considera experto: la movilidad. En dos años, la percepción es que todo sigue igual, dados el aumento del parque automotor, la escasez de vías, el atraso en nuevas troncales y la crisis del SITP, una “bomba atómica”, como él la bautizó, que no ha podido desactivar, y tampoco ha transmitido un compromiso con esta causa. Soluciones como el TransMilenio por la carrera 7.ª y la Boyacá, nuevas vías en el sur, ampliaciones en el norte y, quizás uno de sus logros más evidentes, conseguir la financiación del metro son fundamentales pero lentas, y el día a día de los usuarios lo castiga en las encuestas.
También es un contrasentido que en materia de seguridad se estén alcanzando cifras históricas, como la caída en tres puntos de los homicidios –se pasó de 17 a 14 muertes hoy por cada 100.000 habitantes, un aporte del 40 por ciento en la reducción del delito en todo el país– y que la gente no lo perciba. El atraco, el consumo cotidiano de estupefacientes o el asalto al transporte público y el pequeño comercio borran cualquier estadística amable en este sentido. De nuevo, es el día a día de la gente el que más pesa.

La educación ha sacado la cara por el manejo transparente de recursos, al igual que recreación y cultura, gracias a sus ofertas y a los nuevos escenarios que se construyen.

Se han registrado, eso sí, cambios que en medio de la crispación política no se visibilizan. Hay mejores indicadores en salud, en atención a la población que sufrió la pesadilla del ‘Bronx’; a los abuelos se les aumentó su cupo para subsidios, y las educadoras de primera infancia recibieron mejoras salariales. La educación ha sacado la cara por el manejo transparente de recursos, al igual que recreación y cultura, gracias a sus ofertas y a los nuevos escenarios que se construyen. Por todo esto, podría decirse que los dos años de gobierno de Bogotá han sido claroscuros: hay resultados, pero la figura del mandatario sigue castigada; se ha vuelto una ‘caricatura’, como él mismo lo reconoce, dadas sus posturas alejadas del convencionalismo político.
Para el gobierno, el 2018 será el inicio de las ejecuciones, y, si bien es probable que no cesen los cuestionamientos, se espera que la gente empiece a entender mejor lo que viene para la ciudad. Es difícil en un ambiente electoral en el cual se destaparán también las cartas del sucesor de Peñalosa si el fantasma de la revocatoria no sigue gravitando sobre él. Pero, sin duda, el mayor reto para la capital y sus ciudadanos será superar la polarización e indiferencia para volver a los niveles de orgullo y optimismo que caracterizaron a Bogotá. Y buena parte de ello dependerá de que los múltiples y esperanzadores anuncios comiencen a materializarse.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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