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Contra un repugnante delito

La explotación sexual de niñas es un flagelo que cobra víctimas a diario, ya es hora de encararlo.

Editorial .
Se celebró este miércoles miércoles el Día Internacional de la Niña. Y, aunque en un principio sonó a “otra jornada para calmar las culpas”, las cifras y las noticias fueron demostrando que la defensa y las reivindicaciones de las menores de edad son una labor urgente en el mundo entero.
Por lo menos aquí en Colombia, pues, según señalan las escalofriantes estadísticas, una menor es víctima de abuso sexual cada media hora. Y todo parece indicar que detrás de semejante horror se encuentran, como tantas veces, una preocupante falta de educación en derechos y una indignante indiferencia de las familias de las víctimas.
Se sabe que buena parte de la explotación sexual de menores sucede especialmente en ciudades turísticas. Ahora se ha visto, también en el corredor que va de Bogotá a Melgar. Se dice que el repugnante fenómeno ha crecido tanto en las últimas dos décadas que ha empezado a normalizarse en ciertas familias y ciertos lugares del país: podría afirmarse, para el horror de Colombia, que la explotación de menores se ha vuelto algo parecido a una costumbre, a un negocio del que viven miles de zánganos.

Es viable educar a las menores de edad y a sus familias en los peligros invisibles de las redes sociales, en las trampas, espejismos y engaños. Hay que educar en el valor de la denuncia

Y es hora de encarar el problema desde la misma raíz: desde la pobreza que estrecha las oportunidades y desde el desconocimiento de los padres sobre los peligros que acechan a sus hijos hoy en día.
Está claro, aquí en Bogotá, que es en ciertos lugares entre la capital y Soacha en donde más menores son reclutadas para explotarlas sexualmente. Según se informa, los delincuentes las buscan por sus situaciones socioeconómicas y familiares. Hoy, con la popularización de las redes sociales, es lo más común que establezcan contacto haciéndose pasar por personas de sus mismas edades, y tarde o temprano les proponen que formen parte del negocio.
Pero les espera lo peor en las garras de los delincuentes. Pronto se ven sometidas a degradantes maltratos y abusos, de los que no les resulta fácil huir porque quienes las llevaron a la trampa se vuelven sus carceleros y las convierten, incluso, en adictas a los estupefacientes.
Hay que actuar contra este miserable delito. Que esta semana haya caído, gracias a las autoridades, a las víctimas y a los testigos entre la ciudadanía, una red que dominaba el corredor turístico entre Bogotá y Melgar es una señal de que nuestra sociedad puede acabar con semejante horror si se lo propone.
Es posible terminar –a fuerza de inteligencia y de consciencia del asunto– con la impunidad que ha permitido el crecimiento del flagelo. Es viable educar a las menores de edad y a sus familias en los peligros invisibles de las redes sociales, en las trampas, espejismos y engaños. Hay que educar en el valor de la denuncia. Es importante repetir que sabemos que 22.000 menores son abusadas al año, pero que es claro que solo se denuncian menos de la mitad de estos hechos. La idea, en todo caso, es acabar de una buena vez con la normalización de ese delito repugnante.
Y que celebrar el Día de las Niñas no sea una reparación, sino una demostración de que por fin se ha comprendido que hay que detener a aquellos depredadores que ahora mismo están por ahí cazando a las niñas desprotegidas del país.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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