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Cirugía a fondo

Gerenciar el transporte de Bogotá se convirtió en una papa caliente que reclama cambios de fondo.

Editorial .
El que fue considerado ícono de la capital hace ya varios lustros, TransMilenio, se ha convertido en una papa caliente para las administraciones. En el gobierno precedente desfilaron por la entidad no menos de cinco gerentes, y en el actual acaba de renunciar su titular. Si bien ha habido mayor estabilidad, de cara a la ciudadanía, el modelo que permitió superar la nefasta experiencia de los buses viejos sigue generando críticas de todo orden, agravadas por el desempeño de las rutas alimentadoras del SITP provisional, cuya pésima concepción y, peor aún, una implementación a medias lo tienen hoy en estado calamitoso.
Ya se han explicado las causas que lo llevaron a la situación actual: saturación en portales y estaciones, pésima frecuencia en las rutas zonales, inseguridad, mal estado de los vehículos, desidia de quienes lo convirtieron en un referente político y retrasaron su avance y, quizás lo más grave, un modelo de negocio que, en el caso del SITP, por privilegiar a unos pocos terminó quebrando empresas, poniendo en riesgo a otras y afectando la calidad del servicio para los usuarios.
Todo esto derivó en que un alto porcentaje de ciudadanos perdieran la fe en él y fenómenos como los venteros informales, los colados y vándalos cabalgaran sobre su desprestigio, sin que las autoridades hayan conseguido evitarlo. Con la llegada del alcalde Peñalosa, inspirador del modelo, se esperaba que las cosas cambiaran. Dos años después, la Administración habla de 700 mejoras, modificaciones en las troncales de los articulados y en el SITP, la instauración de rutas fáciles y haberse puesto al día con conductores a quienes se les adeudaban sus vehículos. No obstante, para la gente tales cambios no dejan de ser paños de agua tibia que poco impactan la calidad, mientras que los expertos en la materia reclaman salidas de fondo porque el problema es estructural.

Las soluciones de los problemas del SITP siguen siendo temporales, y sin mejoras es difícil que la gente vuelva a confiar en el sistema.

Este es, sin duda, el principal reto que tiene ante sí el nuevo timonel que llegue a gerenciar la entidad. Si bien muchos problemas han hecho mella en el ánimo de los usuarios, TransMilenio sigue demostrando sus bondades más allá de las falencias descritas, pero es innegable que, para el caso concreto del SITP, la cirugía debe ser a fondo, y ello incluye la reestructuración de los contratos que le dieron vida. Lo saben los operadores y el Gobierno; por tanto, a cada parte le corresponde actuar con sensatez y realismo para entender que si se sigue por esta vía, lo único seguro es el desastre.
Las consecuencias saltan a la vista: los buses articulados están tomados por la informalidad y los avivatos, su tiempo de operación caducó y se requieren nuevos vehículos, en tanto que los azules se han convertido en un calvario por las demoras, la vetustez de su parque automotor y el incremento de la accidentalidad. Lo anterior aparte del déficit monumental que arrastra: 600.000 millones de pesos al año, lo cual ha llevado al Gobierno a decretar alzas en el pasaje que, por supuesto, crispan al usuario con toda razón.
Si no es con medidas de choque que impacten la raíz del problema, poco se avanzará en las soluciones y en mejorar la confianza ciudadana. Y eso lo debe tener claro el nuevo gerente.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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