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China y sus silencios elocuentes

China y sus silencios elocuentes

Contra el deseo del Gobierno chino, la vida y obra del nobel de paz Liu Xiaobo será recordada.

Puede que los muertos no hablen, pero hay algunas formas de morir que sí. Más cuando, para mayor paradoja, estas tienen lugar en un marco de absoluto silencio.

Este fue el caso del fallecimiento por un cáncer de hígado, la semana pasada, del activista chino Liu Xiaobo, disidente del régimen, premio nobel de paz en el 2010 y, sobre todo, un referente de quienes, como aquel recordado transeúnte en Tiananmen, han apelado a su dignidad como única arma para enfrentar a quienes los oprimen.

La prensa oficial, como era de esperarse, ignoró un hecho que, sin duda, trajo más alivio que pesar en las altas esferas de Pekín. Xiaobo es el primer nobel de paz en morir en cautiverio desde 1938, cuando así falleció Carl von Ossietzky, pacifista alemán, pero, sobre todo, piedra en el zapato del nazismo.

Su hospitalización, muerte y funeral estuvieron estrictamente vigilados. Cientos de personas que ninguna relación tenían con el difunto y sí, en cambio, con la policía secreta, merodearon por el hospital y el recinto donde se efectuaron sus exequias. Su esposa, la poetisa Liu Xia, de lánguida y melancólica presencia, estuvo ahí, solo para regresar a su residencia, su prisión desde el 2010 por el delito –no tipificado– de ser pareja de un disidente.

El intelectual y nobel de la Paz chino, Liu Xiaobo, falleció a los 61 años, este jueves bajo custodia en un hospital del norte de China.

Foto:

EFE

Varias veces encarcelado por motivos políticos, el crítico literario, que será recordado, entre otros rasgos, por su humor mordaz, había decidido permanecer en su país para allí sembrar la semilla de la resistencia. El Partido Comunista Chino, recordémoslo, ha adoptado desde tiempos de Deng Xiaoping un capitalismo a su manera, descartando de plano el paquete de derechos políticos de los ciudadanos. Las libertades bajo este esquema se restringen a lo económico.

Por momentos se cree que las inercias propias del capitalismo han logrado un relajamiento de los cánones de represión con los que el partido responde a quien se atreva a cruzar la raya.

Pero hoy vuelve a quedar claro que esto es apenas una ilusión. Cada vez que es preciso, como en esta ocasión, el régimen no tiene problema en mostrar sus dientes y así enviar un mensaje claro a su pueblo, y de paso al mundo, de que como están están bien. De que la apertura política sigue siendo una quimera.

- editorial@eltiempo.com

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