Un criminal de guerra menos, condenado a cadena perpetua, es una buena noticia para el mundo y más para una martirizada región de la civilizada Europa, que vio cómo en los 90 la muerte y la destrucción marcaron el fin de la antigua Yugoslavia y le dieron un vuelco al orden internacional existente tras la Segunda Guerra Mundial y el fin de la Guerra Fría.
Por eso, cuando se supo que el jefe militar serbobosnio Ratko Mladic había sido condenado a pasar el resto de su vida en prisión por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra por los miles de muertos producto de las matanzas de Srebrenica y del asedio a Sarajevo, cientos de familias sintieron que sus muertos iban a descansar en paz.
El ‘carnicero’ de Bosnia o de los Balcanes fue el arquitecto, junto con su par político Radovan Karadzic, de la estrategia de limpieza étnica de una parte de Bosnia para hacer “un Estado serbio étnicamente puro” en la denominada República Srpska. Por eso desató una guerra contra los bosnios (musulmanes) y los croatas (católicos), y que es la base de su condena.
Pero para esto fue necesario que, en un avance de la justicia internacional, se creara en 1993, en medio del escepticismo, el Tribunal Especial para la Antigua Yugoslavia (TPIY), que este 31 de diciembre cierra sus puertas, pero que ha tenido un papel clave. Fueron 24 años en los que se instauraron criterios para investigar delitos tan difíciles de tipificar como el genocidio, en los que más de 4.000 testigos contaron sus historias y las atrocidades de todos los bandos, y en los que se reunieron las contundentes pruebas que permitieron inculpar a un jefe de Estado en funciones: el Presidente serbio Slobodan Milosevic.
Ya la justicia internacional cumplió su misión, pero la reconciliación aún está lejos. La glorificación de los criminales de guerra, la negación del genocidio o las divisiones étnicas prevalecen en una región en la que los bandos se niegan a reconocer sus vergüenzas y en la que incluso países como Rusia insisten en que el TPIY solo vio los crímenes de los serbios y que aplicó una justicia selectiva. La paz es a menudo más difícil que la guerra.
editorial@eltiempo.com

Mladic, a su llegada al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.
Peter Dejong / REUTERS