Mañana tendrán lugar en Alemania unas elecciones federales atípicas. No por un carácter extraordinario en términos de lo estipulado por el calendario electoral, sino en el sentido de que Occidente se había venido acostumbrando a un modelo de justas electorales del que estas estarán lejanas.
Es el modelo de la polarización, consecuencia de que solo dos contendores lleguen a la cita en las urnas con real opción: el de las campañas sucias y las mentiras que se hacen virales una tras otra en la red. En muchos casos también con la inteligencia rusa haciendo de las suyas. Moviendo los hilos, como parece que hizo en Estados Unidos, como lo viene destapando la prensa.
Poco de eso habrá mañana en el gigante europeo. De no darse una sorpresa monumental, el partido de la actual canciller, Ángela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (centroderecha), logrará una cómoda victoria que le permitirá a Merkel un cuarto período en el cargo, que ocupa desde el 2005. Su principal rival, el Partido Socialdemócrata (centroizquierda), aparece 15 puntos porcentuales por debajo en las encuestas.

El próximo domingo 24 de septiembre se celebrarán las elecciones en Alemania que definirán quién será el próximo canciller del país.
Reuters
A diferencia de otros países, el electorado alemán sanciona a quienes cruzan ciertos límites en el debate y aplaude el pacto de caballeros existente entre los contendores, para garantizar que el tono de la discusión no se salga de cauce.
Pero en medio de este cuadro de normalidad, hay algo que llama la atención, preocupa y logra ser un denominador común con la política de otros países occidentales: el auge de la extrema derecha.
Aquí se expresa en el hecho de que por primera vez desde el final de la Segunda Guerra un partido de este corte, Alianza para Alemania, logrará, según sondeos, presencia en el Parlamento. Y ya la tiene en 13 de los 16 legislativos estatales. Esta es solo una manifestación de un giro de la opinión hacia la derecha, el cual no sería preocupante de no ser porque empieza a minar acuerdos fundamentales sobre los que se levanta la actual nación alemana, entre ellos el de asumir el nazismo como un capítulo vergonzoso, atroz e irrepetible de la historia del país.
Desactivar las fuentes de las que beben estos extremistas será el principal reto de Merkel. Y, tal vez, no solo en su país.
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