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Perspectiva de rebaño

El mundo parece oscilar con movimiento pendular en torno a qué debería ser objeto de protección.

Yolanda Reyes
‘La cuarentena es comunista’, se lee en un cartel en Nueva York, y en Míchigan, unos manifestantes esgrimen sus rifles de asalto frente al Capitolio, en protesta por no poder ir a sus casas de campo ni a los centros comerciales. Una amiga madrileña cuenta que la Guerra Civil se asoma por las ventanas del edificio: “En el patio, unos gritan ‘Viva España’ y otros, ‘Viva la República’, con una rabia que da miedo”. Otra amiga que cumplió setenta justo cuando trazaron esa línea que la separa de los menores de 69 años, 11 meses y 29 días dice que cuando la vuelvan a dejar salir de la cuarentena, vamos a estar más divididos de lo que ya estábamos.
Aquella momentánea ilusión de un mundo que lucha a codo partido con la muerte ha sido desplazada por la vieja realidad que conocíamos y que, como sucede en situaciones de peligro, ahora emerge con más fuerza. Todas esas discusiones sobre quién pagaría el costo del muro de Trump entre México y Estados Unidos, por citar un ejemplo, se ven ahora como un tiempo perdido porque el muro ya estaba ahí. Aunque Bolsonaro y Trump sean las caricaturas más visibles que hoy custodian uno de los extremos, el mundo de hoy parece oscilar con el mismo movimiento pendular en torno a la pregunta sobre qué (o quién) debería ser objeto (o sujeto) de mayor protección.
La aparente tensión entre salud y economía, de la que se ha desprendido la pregunta aterradora sobre si es peor que la gente se muera por covid-19 o por hambre, parece apuntalar ese muro simbólico que nos obliga a situarnos, con perspectiva de rebaño, en uno u otro lado. Sin embargo, al mirar el viaje de la pandemia hasta nuestro continente, vuelve a aparecer la eterna línea que parte en dos todos los ámbitos –salud, economía, educación, acceso a la tecnología y a la cultura, entre otros–, y esa brecha de inequidad termina zanjando el supuesto dilema, pues los que están en mayor riesgo de contagiarse de covid-19 por causas como el hacinamiento, las malas condiciones de alimentación, de saneamiento básico, de información y de acceso a la salud y a la seguridad social son los mismos que afrontan, afrontaron y afrontarán riesgos mayores, en la enfermedad y en la salud, en la paz y en la guerra, y con la economía cerrada o abierta.
Con toda la incertidumbre y todo lo que se ignora sobre esta pandemia, la experiencia disponible muestra que los países o los grupos sociales más pobres son más vulnerables, y quizás por eso las medidas políticas de aislamiento preventivo para comprar tiempo se asocian con esa idea esquemática del supuesto comunismo. Desde esta óptica de negación, que de paso niega el miedo, son ‘los otros’ los que se pueden contagiar y los que, en caso de agravarse, tendrán que disputarse las pocas camas de cuidados intensivos o los escasos respiradores, también sectorizados por estratos. Y esa inequidad, instalada en el discurso, nos impide centrarnos en las discusiones, y sobre todo, en las acciones urgentes del momento.
Más allá del debate entre cuarentena y apertura, necesitamos preguntarnos cómo se han preparado los sistemas de salud, y por supuesto también los económicos en el país, durante estos meses en los que el objetivo no era aplanar la curva, sino comprar tiempo para armar equipos técnicos y humanos, y con qué criterios de equidad (o no) se han distribuido esos recursos. Algunas respuestas se pueden encontrar en cualquier barrio de nuestras ciudades o en las imágenes de un hospital como el de Leticia, en el que una enfermera pide oxígeno para sus pacientes.
Ni siquiera estamos hablando de respiradores, porque esa es otra cifra: en Amazonas hay seis respiradores para adultos y uno para niños, leo en mi celular. El que quiera dilemas, ahí los puede formular.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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