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Léete, Filbo

Conviene pensar, aún con esta versión de la Filbo fresca, qué tipo de feria propone Bogotá.

Adoro el último día de Filbo –que siempre cae en lunes– porque ya no hay charlas ni ríos de gente que impidan ver el bosque, y puedo andar, libre por fin, entre libros, con esa sensación de carnaval a punto de acabarse. Me gusta, incluso, ver los ritos de cierre del oficio –armar cajas, llenarlas y sellarlas– y trato de quedarme hasta que una voz anuncia, como en las tiendas de cadena, que la función se ha terminado y rompe el hechizo de esa ‘cadena del libro’ que cada año, durante dos semanas, suplanta la realidad.
Además de salir con nuevos libros, es tiempo de balances, y seguramente en los próximos días conoceremos las cifras de ventas, de asistentes y de actividades que también, año tras año, son parte de la retórica post-Filbo. Sin embargo, mientras otras ferias –de modas, arte, artesanía, maquinaria o lo que sea– se toman los espacios, conviene aprovechar que faltan casi doce meses para la próxima Filbo y pensar, aún con esta versión fresca, qué tipo de feria propone Bogotá. Más allá del número de ejemplares, de metros cuadrados o de asuntos logísticos, ¿cuál es su identidad, cuál es su apuesta cultural y cuál es su lugar en el conjunto de las ferias del libro de Colombia y de América Latina?
Se trata, en últimas, de preguntar por el concepto o, para decirlo con ese lenguaje que han puesto de moda los autodenominados ‘coachs’, por su misión y su visión. ¿Alguien lo sabe? ¿Qué historia –o qué historias– les cuenta Filbo a los lectores, qué recorridos propicia, cuál es su narrativa? Más allá de lanzar una programación anual y de invitar –o no– a un país, ¿existe algún diseño susceptible de ser leído? Si, como sabemos, el ambiente es otro educador, ¿cuál es la idea de lectura, de lector, de formación lectora, de infancia, de educación, de libro y, por supuesto, de literatura y de escritura que “se lee”?
¿Es posible, para atender el eslogan que este año lanzó Filbo, ‘leerse’, mientras se avanza a empellones entre una multitud desorientada? ¿Qué lectura sobre lectura se lleva una familia con dos niños en edad escolar y un bebé, que hace largas filas a la entrada de Corferias un domingo y, después de entrar, hace otra fila para ver el pabellón de Colombia y otra para comer crispeta y otra para salir? ¿Cuál es la curaduría, no solo del pabellón, sino de la feria, que se les ofrece a tantas familias que han invertido su dinero y su tiempo del domingo entre las filas? ¿Cómo se enriquecen su experiencia, su perspectiva y sus ganas de leer? ¿Qué se llevan, además de una colección de papelitos para botar en casa? ¿Cómo hacen para separar el grano de la paja, entre el ‘Bebé Políglota’, el estand del ejército, y el que ofrece literatura de calidad?
Conviene preguntarse si esta supuesta diversidad sin jerarquías que junta todo sin criterio obedece a una equivocada idea de pluralismo o si se trata, simplemente, de una forma de eludir el crecimiento desmesurado de una feria que, por ser parte de un tinglado comercial, se transa según el precio del metro cuadrado. En caso de que el éxito comercial sea el hilo conductor y todos los criterios culturales y educativos deban supeditarse a esa ‘visión’, es imperativo tener claro el objetivo para no disfrazar de altruismo un negocio al estilo de las ‘grandes superficies’. Los libros no hablan solos y la manera de organizarlos, de acompañarlos, de proponer recorridos y de orientar al lector también se lee, y dice más que todos los discursos y todas esas frases hechas sobre el oficio de leer y de escribir.
Quizás es hora de proponer otro eslogan para pensar y debatir durante los meses de preparación de la siguiente feria. ‘Reinvéntate, Filbo’. Reescríbete y, por favor, hazte pequeña, que calidad y cantidad no son lo mismo.
YOLANDA REYES
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