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El vuelo vacío

El trabajo publicitario de Avianca es una metáfora perfecta de ese currículo subliminal.

Yolanda Reyes
Nos enseñaron a hacer bonita letra y buena cara, a no decir malas palabras, a sonreír sin tener ganas y a cuidar a los más pequeños o a los más necesitados. Nos enseñaron a correr sin empujarnos, a no subirnos a los árboles, a mantener limpio el uniforme, a no expresar la rabia ni el deseo, a no tomar la iniciativa y a quedarnos esperando una llamada.
No recordamos la edad ni el curso exacto porque esas lecciones ya estaban impresas en nuestra psique desde antes de nuestra llegada al mundo y, de tanto repetirse, parecen estar grabadas en la memoria más remota. Quizás por eso, cuando menos pensamos, descubrimos frases hechas, jerarquías inamovibles y prejuicios que siguen dividiendo el mundo en dos categorías: la de los hombres, considerados como guerreros, atrevidos, seguros, intrépidos y exploradores; y la de las mujeres, amables y “bien presentadas” y, al parecer, siempre dispuestas a postergar sus necesidades para ayudar a los demás.
En nombre de esas generalizaciones, la razón, la objetividad, el espíritu investigativo y la pericia se han ubicado en el lado masculino; y la emoción, la subjetividad, el espíritu de servicio y, recientemente, la capacidad para resolver asuntos logísticos, en el lado femenino. Ese currículo oculto sigue enmarcando las oportunidades educativas, culturales y laborales de las mujeres, y se refleja también en pruebas académicas como Pisa, en las que se ha mostrado la ventaja numérica de los puntajes obtenidos por varones quinceañeros en matemáticas y la de sus compañeras en lenguaje.
La pregunta sobre qué tanto cambiarían –cambiarán– esos resultados con la democratización, durante un tiempo prolongado y sostenido, de otras formas de educar, de pensar, y también de interpretar lo que se considera ‘femenino’ es un desafío para las ciencias de la educación, las neurociencias y los estudios culturales.
Aunque en Colombia parecemos no solo familiarizados sino muy complacidos con esas iniciativas del Día de la Mujer que suelen premiar a “la mujer abnegada” (en tanto que durante el resto del año se castiga, de formas explícitas o sutiles, a las contestatarias, a las arriesgadas y a las que interpelan a esta sociedad), la campaña que lanzó Avianca el pasado 8 de marzo rebasó todos los estereotipos. Un video titulado ‘El vuelo vacío’ mostró, sin ninguna pista que invitara a la pregunta, como ahora –‘a posteriori’ y a raíz del escándalo– pretende presentarlo la aerolínea, un vuelo ciento por ciento operado por mujeres, con el siguiente mensaje: (en este vuelo) “no van los que no creen en sus capacidades” (femeninas). El problema era que el vuelo iba vacío. ¿Es decir, nadie creía; ni siquiera la misma compañía?
Si es cierto que la publicidad saca a la luz los pensamientos más recónditos, el trabajo publicitario de Avianca es una metáfora perfecta de ese currículo subliminal que sigue instalado como segunda piel, tanto en los hombres como en las mujeres de este país y que circula bajo los mensajes aparentemente positivos y condescendientes sobre el supuesto poder femenino.
El texto subyacente de la campaña –me atrevería a apostar que fue concebida y supervisada por varones, a juzgar por la falta de suspicacia para haber previsto la polémica– sigue siendo el de, ‘ánimo, mujer: tú ya casi puedes y estamos viendo cómo te esfuerzas’.
Aunque ahora intenten decirnos exactamente lo contrario y pretendan convertir semejante mensaje en el primer capítulo de una sesuda campaña sobre género, ese video ilustra todo lo que tenemos que cambiar, y no solo en el terreno de los hechos (equidad de salarios, derechos, oportunidades y tareas de cuidado, entre otros muchos), sino en el ámbito de lo simbólico.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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