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Literatura sin mujeres… ¿todavía?

Las bibliotecas, reales e imaginarias, son cartografías para comprender el mundo y darle orden.

Yolanda Reyes
“Hay tipos de novela que ya no se escriben: las de espías o las de mar. Tal vez porque corresponden a experiencias del pasado”, escribió Santiago Gamboa en su reciente columna de ‘El Espectador’, y organizó una ruta de tendencias literarias en torno a lo que considera “el predominio de dos formas: la novela negra y sus matices intermedios, y las novelas de autoficción, engastadas en historias (…) de ‘formación’ literaria o de retratos familiares”.
Aunque descreo de las taxonomías literarias casi tanto como de las listas de libros más vendidos, me interesó entender cómo veía reflejadas el autor “las experiencias del presente” en la escritura, y a medida que él iba rastreando paternidades literarias y trazando rutas desde Cervantes, Rilke, Joyce y Borges hasta Knausgård, Vila-Matas, Fresán o Abad, yo me sorprendía al ver que las mujeres estaban tan ausentes de la lista como las novelas de espías.
La excepción de los tres renglones finales, en los que salían “los (sic) que escriben novelas de toda la vida” y se mencionaban a la “gran” Almudena Grandes y la italiana Elena Ferrante”, parecía confirmar el sesgo. No entendí si esa mención de dos escritoras de “novelas de toda la vida” –¿qué significa?– era una generalidad que excusaba el no poder decir algo más específico sobre sus obras, o si se trataba de una “galantería” condescendiente. Comoquiera que sea, la mención es diciente: en el caso de Ferrante, que es un seudónimo, el escritor fantasma puede ser varón. Y en el de Grandes, de cuya obra se puede decir tanto, ya no escribirá más porque se ha muerto.
Me interesa la “lista” de Gamboa porque las bibliotecas, reales e imaginarias, son cartografías para intentar comprender el mundo y darle un orden. Y puesto que las representaciones humanas, transformadas en palabras y símbolos, van creando metáforas de las ideas y de las emociones, y abren –o cierran– mundos posibles, esas taxonomías ilustran los sistemas de clasificación imperantes durante siglos, con sus sesgos invisibles e inconscientes.
Por citar un ejemplo obvio, recuerdo la bibliografía que recibí en la universidad (quizás la misma leída por Gamboa), en la que no figuraban, más que como excepciones meritorias, un par de mujeres. Si como dice Rebecca Solnit, “las bibliotecas contienen todas las historias que se han contado, existen bibliotecas fantasma con todas las historias que no se han contado”, y “los fantasmas superan a los libros por una cifra inimaginablemente vasta”.
Sirve poco de consuelo saber que en todos los oficios fue igual y que los rescates de algunas mujeres borradas de los oficios, las ciencias y las artes es una tarea arqueológica, con muchas huellas perdidas o simplemente inexistentes. Ese es el pasado, a pesar de los esfuerzos para darle otras lecturas, y hace parte inevitable del presente: de lo que somos (o no fuimos). Sin embargo, así como nos enseña Kuhn sobre los paradigmas científicos que hacen crisis y son reemplazados por otros que reorganizan paulatinamente la experiencia, ningún sistema de clasificación está a salvo de la experiencia cambiante y compleja que es la vida, y que se refleja, cada vez de formas más hermosas y diversas, en la literatura.
Si, como afirma Siri Hustvedt, dividimos, clasificamos y creamos fronteras, a menudo inconscientes, conviene interrogar las listas para rastrear los órdenes simbólicos que nos impiden ampliar nuestras miradas, y sospechar, con toda la curiosidad intelectual, de lo que encaje en taxonomías inamovibles.
En tiempos de fronteras cambiantes y porosas, la literatura está abriendo rutas que expanden nuestras formas de escribir y de leernos, y que están explorando, es importante decirlo, las mujeres.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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