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Una página triste

Por varios años, Prólogo funcionó en un local minúsculo, pero de inmensas proporciones inmateriales.

Vladdo
La inesperada muerte del librero Mauricio Lleras es una gran pérdida para la cultura de Bogotá y del país. En Prólogo, la librería que fundó con Rodrigo Matamoros hace dieciséis años, uno se sentía a sus anchas, no solo por la atención y el surtido de obras de los más variados autores y temáticas, sino por la conversación que uno encontraba en cada visita a esa maravillosa casona a la que se mudó el año pasado, que se convirtió en su cuarta sede, y de la cual él se sentía orgulloso.
Antes de llegar a esa esquina mágica, Prólogo había funcionado en otros tres locales. El primero, en el barrio El Chicó, en la calle 96 con carrera 11A, donde abrió sus puertas en el 2006. Era una casa amplia y agradable; un poco escondida, pero no tanto como para que los amantes de los libros no la frecuentaran.
Un tiempo después, Mauricio se trasteó con sus estantes a la carrera 9.ª entre calles 81 y 82, a un recinto minúsculo, pero de inmensas proporciones inmateriales que superaban por mucho las cuatro paredes de la construcción. No había ventanas, puertas ni rejas que pudieran contener las anécdotas e historias con las que Mauricio solía deleitar a sus visitantes frecuentes u ocasionales.
Al cabo de varios años, los estantes y sus miles de volúmenes de todos los géneros fueron a parar a un nuevo sitio, en El Arsenal, un acogedor condominio comercial ubicado en la calle 67, media cuadra arriba de la carrera séptima, con establecimientos en los que se podía comer, beber y leer, según las preferencias de los concurrentes. Poco después llegó la pandemia, y luego de unos meses de contratiempos, cuando volvía a salir a flote, la sede de Prólogo fue trasladada a su dirección actual, una cuadra y media al oriente, en la misma calle, pero con carrera quinta.

Como buen librero, Mauricio Lleras tenía una habilidad especial para conversar y conocer a quienes se daban cita en su librería.

Parecía que por fin Mauricio había logrado llegar al local de sus sueños: una tradicional casa chapineruna de varios pisos, donde además de los amplios salones para los anaqueles había un buen espacio en la parte superior, ideal para realizar eventos y actos de diversa índole, alrededor del mundo de los libros: conferencias, lanzamientos, tertulias con autores y editores, entre otras.
Como buen librero, Mauricio Lleras tenía una habilidad especial para conversar, lo cual le permitía identificar a la perfección los gustos, los caprichos, los intereses y hasta las afugias de quienes se daban cita en su librería para hojear las últimas novedades o pedir recomendaciones bibliográficas; pero también para darse el placer de oír sus anécdotas, que iban mucho más allá de sus dominios literarios.
En esas se la pasaba el querido Mauricio cuando lo sorprendieron sus quebrantos de salud, que si bien eran complicados, siempre creímos que eran superables. Hará falta.
* * *
Colofón. En un país en el que todo el tiempo nos toman del pelo es paradójico hablar de inocentadas un solo día del año. Sin embargo, hoy la inocentada va por cuenta de Iván Duque, quien decidió pasar estas festividades en Colombia dizque sembrando árboles, como si fuera el más consagrado ecologista del hemisferio. ¡Háganme el favor! Como si los colombianos no recordáramos el gran déficit que dejó el gobierno de este personaje en política ambiental: desde el quite que le hizo a la ratificación del Acuerdo de Escazú hasta la masacre de ambientalistas, pasando por sus coqueteos con el glifosato o sus erráticas estrategias contra la deforestación. Yo no sé si las imposturas de Duque 2.0 le irán a servir en su propósito de lagartearse puestos y presupuestos en alguna organización internacional. Y aunque cada quien puede hacer con su plata lo que le dé la gana, me parece absurdo –por no decir lamentable– que los Soros e Infantinos se sigan dejando descrestar con las poses de este nuevo ‘ecologista’.
VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo
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