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Una invitación a la autocrítica

Una invitación a la autocrítica

Con una oportuna observación, Patricia Janiot nos hace un llamado a la reflexión.

Después de una semana, no vale la pena ahondar en el lamentable episodio protagonizado por Vicky Dávila en su malograda entrevista a Hassan Nassar. No obstante, sí me parece importante resaltar un par de cosas. Por una parte, ese vergonzoso espectáculo demostró que no ganamos nada con saber usar un micrófono, una cámara o un computador si no aprendemos a manejar la palabra, las emociones y la razón.

Por otra parte, no se trató de una discusión entre colegas, sino entre una periodista y un funcionario del Gobierno, ya que desde el mismo momento en que el señor Nassar decidió integrarse a la nómina oficial dejó de ser colega nuestro para convertirse en colega de los burócratas que viven de nuestros impuestos. Al fin y al cabo, como bien decía Miguel Ángel Bastenier, el periodismo institucional no existe. Y en este caso, esa aseveración es también aplicable a eso que podríamos llamar el ‘periodismo gubernamental’, ocupación que está mucho más cerca de las relaciones públicas que del oficio de informar.

Dicho lo anterior, sí quiero detenerme en una consideración que, a raíz de este incidente, trajo a colación la, esa sí, colega Patricia Janiot. En una sincera y lúcida columna dirigida a Vicky Dávila, la experimentada presentadora y reportera se refirió a “la ausencia en muchas de nuestras salas de redacción de precisos códigos de ética periodística”. Creo que esta inquietud de Patricia es más que válida, pues no son pocos los casos en los cuales se vuelve muy borrosa esa fina línea entre el periodismo y las relaciones públicas, entre la información y la opinión, entre lo editorial y lo comercial.

Por ejemplo, hasta hace unos años, en los medios impresos había una clara separación entre la información y la publicidad. También se especificaba con nitidez cuando ciertos artículos hacían parte de separatas comerciales y se demarcaban de manera visible los contenidos que correspondían a publirreportajes. Esas normas, lastimosamente, quedaron atrás, y hoy es común encontrar crónicas y reportajes publicitarios que escasamente se diferencian de las notas informativas propiamente dichas. Y prácticas similares se ven también en noticieros y otros espacios de televisión. Uno entiende que la crisis financiera de los medios obligue a las empresas a ser creativas a la hora de conseguir financiación, pero, a mi modo de ver, en esta búsqueda de recursos no todo vale; no se puede sacrificar la credibilidad ni presentar publicidad camuflada de información.

Se ha vuelto muy borrosa esa fina línea entre el periodismo y las relaciones públicas, entre la información y la opinión, entre lo editorial y lo comercial.

Otra costumbre poco saludable es la falta de transparencia de personas vinculadas a las empresas periodísticas cuando se presentan conflictos de intereses. He visto periodistas que trabajan en un medio y a la vez –y sin sonrojarse– son accionistas de compañías que prestan asesorías de comunicaciones. Y vemos medios que, dependiendo de los intereses de los grupos económicos a los que pertenecen, matizan ciertas informaciones para no afectar la imagen o los ingresos de los propietarios. También hay periodistas que se prestan, como se dice coloquialmente, para hacerles mandados a sus amigos políticos o empresariales, para obtener beneficios por debajo de la mesa.

En todos estos casos, lo recomendable es que tanto los periodistas como los medios sean siempre claros con su audiencia, con sus lectores, con sus suscriptores, pues en esta época en que la información es cada vez más accesible, todo termina saliendo a la luz pública. Además, es la única forma de que la prensa recupere la confianza de una sociedad cada vez más dateada y menos conforme.

En el mar de opiniones emitidas en los últimos días, esa observación de Patricia Janiot resulta muy oportuna y debería ser un llamado a la reflexión y, por qué no, a la autocrítica.

Vladdo
puntoyaparte@vladdo.com

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