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Un plebiscito innecesario

Ningún mandatario en Colombia había sometido a votación acuerdo alguno alcanzado con insurgentes.

Vladdo .
Un año después del triunfo del No todavía siguen abiertas muchas heridas. El plebiscito, en lugar de ayudar a unir a los colombianos, fue convertido en una excusa para agitar un ambiente ya de suyo bastante caldeado.
Sin pretender desconocer el compromiso asumido por el Gobierno Nacional y el alto costo político que le ha significado al propio Juan Manuel Santos, es innegable que la convocatoria del dichoso plebiscito fue uno de los peores errores que él ha cometido en este complicado camino hacia la paz.
En la historia de Colombia ningún mandatario había sometido a votación acuerdo alguno alcanzado con insurgentes. No lo hizo Rojas Pinilla, después de indultar y amnistiar a los guerrilleros del Llano; no lo hizo Belisario en 1984, tras los acuerdos de la Uribe; no lo hizo Barco, después de los acuerdos de Corinto con el M-19; ni lo hizo Gaviria en 1991, luego de los acuerdos con el Epl y el Quintín Lame.
De hecho, en otros procesos –no ya con rebeldes sino con narcotraficantes o paramilitares– se firmaron acuerdos, se expidieron leyes, se redujeron penas y se pactaron sitios de reclusión, en negociaciones que tampoco fueron sometidas a aprobación del constituyente primario. ¿O es que ya se nos olvidaron las movidas de Gaviria para apaciguar a los narcos? Ahí hubo una serie de pactos que nunca fueron consultados con la ciudadanía. Así como tampoco fueron sometidos a escrutinio público, ni a aprobación vía urnas, los misteriosos acuerdos de Ralito, entre Uribe y las Auc, cuyo contenido nunca fue dado a conocer, ni mucho menos discutido con la sociedad civil ni con los medios; ni siquiera con las víctimas.

Sin desconocer el compromiso del Gobierno y del Presidente, la convocatoria del plebiscito fue uno de los peores errores cometidos en la búsqueda de la paz

Y aunque hubo muchas voces críticas en cada proceso, en ninguno de estos casos se puso en tela de juicio la autonomía del Presidente de la República como máximo responsable no solo del manejo del orden público, sino de la búsqueda de la paz. En consecuencia, ninguno de los que antecedieron a Santos en materia de negociación tuvo la brillante idea de someter sus decisiones al veredicto popular.
Yo no sé de dónde sacó el Presidente semejante ocurrencia; pero me inclino a pensar que él creyó que vivía en un país normal, en el cual la gente optaría por la paz a ojo cerrado. Dentro de su ingenuidad, debió creer también que podría derrotar de una vez por todas a su antiguo jefe y tutor, el senador Uribe, para matar así dos pájaros de un solo tiro.
Los resultados del plebiscito, sin embargo, demostraron dos cosas. Por una parte, que Santos desestimó el poder manipulador de los promotores del No, cuya estrategia fue divulgada un par de días después del plebiscito por el gerente del No, Juan Carlos Vélez Uribe –fiel compañero de andanzas del expresidente–, quien reconoció que ganaron a punta de cizaña.
Por otra parte, quedó claro que no todos los supuestos aliados del Gobierno se jugaron a fondo en la campaña por el Sí. Que lo diga el exvicepresidente Vargas Lleras, quien pocos días antes del plebiscito inauguraba obras en el Quindío en compañía de la promotora del No en ese departamento, la exgobernadora Sandra Paola Hurtado, a quien la Fiscalía General tiene hoy en la mira por prevaricato. Y casos como ese debieron repetirse en vastas zonas del país.
Además, el Gobierno falló en la campaña del Sí y no supo comunicar los beneficios de los acuerdos con las Farc. Peor aún: el mismo Santos metió la pata cuando trató de infundirle miedo al electorado, al decir que el triunfo del No significaba el regreso inminente de la guerra con las Farc, posibilidad que ni la guerrilla tenía en sus cuentas.
A pesar de todo, fue mejor perder ese plebiscito por 50.000 votos que haberlo ganado por la misma diferencia. Pues a toda la cizaña del último año, los del No le habrían sumado una denuncia de fraude, ¿cierto, Juan?
VLADDO
Vladdo .
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