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¿Noticias o cortinas de humo?

Las intenciones de un criminal no deberían sorprender a nadie. Ni deberían ser noticia.

Vladdo .
Que el cabecilla de una organización armada ilegal tenga entre sus planes matar a un presidente, ministro, alcalde o cualquier otro funcionario, incluidos los miembros de la Fuerza Pública, no debería sorprender a nadie y tampoco debería ser noticia. En un país en guerra –no declarada, pero sí activa–, esa es la razón de ser de un grupo alzado en armas contra el Estado: el aniquilamiento de los representantes del establishment, incluidos sus más altos dignatarios.
Así como el objetivo de un ladrón es robar y el de un estafador, engañar a sus víctimas, la perversa misión de los miembros de los grupos guerrilleros es eliminar a sus adversarios, empezando por los funcionarios del Gobierno, y a quienes esos falsos revolucionarios declaran “objetivos militares”. Lo peor del asunto es que en esta macabra lista también incluyen a muchos otros civiles inermes, del más variado origen, como empresarios, sindicalistas, indígenas, maestros, sacerdotes, estudiantes, campesinos, etcétera, quienes con no poca frecuencia tienen que cambiar de domicilio o de ciudad para ponerse a salvo de intimidaciones o de potenciales atentados contra su vida.
De modo que, más allá del destinatario de sus amenazas, las intenciones asesinas de un antiguo comandante de las Farc no tendrían por qué sorprender a nadie y, a mi modo de ver, tampoco deberían ser destacadas por los medios como si se tratara de una novedad. A nadie debería importarle la conducta de un tipo tan funesto, cuyo propósito, además de delinquir y causar zozobra entre el público, es convertirse en tema de polémica en redes sociales y mojar prensa, cosa que consiguió gracias al despliegue desmesurado que le han hecho medios, periodistas, analistas y políticos, que, por diversas razones –tratando incluso de pescar en río revuelto– lo que han hecho es convertirse en caja de resonancia de un criminal.

La suma de muchachos engañados y ejecutados a sangre fría por el Ejército entre 2002 y 2008 equivale a dos muchachos por cada letra que hay en esta columna.

Desde luego, aunque todos los colombianos debemos rechazar una amenaza de muerte contra Iván Duque –o contra el más modesto ciudadano–, creo que toda la tinta, los minutos al aire, los trinos, las columnas, los bytes y los extras de última hora que se han ocupado de esa discutible noticia habrían podido utilizarse mucho mejor analizando a fondo la información suministrada por la JEP, según la cual, en el régimen de la seguridad democrática, la cifra de jóvenes indefensos asesinados por el Ejército Nacional, y presentados luego como guerrilleros muertos en combate, no fue de 2.248 como se decía oficialmente hasta ahora, sino que superó por mucho ese número, para llegar a la aterradora cantidad de 6.402. Para que los lectores se hagan una idea de esta monstruosidad, la suma de muchachos engañados y ejecutados a sangre fría entre 2002 y 2008 equivale a dos por cada letra que hay en esta columna.
Esta sí es una noticia –bastante dolorosa e indignante, por cierto–, así muchos pretendan minimizarla o relativizarla. De hecho, aunque las particularidades de estos crímenes no tienen paralelo en el mundo, todavía es muy poco lo que se sabe acerca de los autores intelectuales de esta matanza, realizada metódica y sistemáticamente en un gobierno presidido por un microgerente obsesionado con los detalles, que se jactaba de su estrecha relación con los comandantes militares a lo largo y ancho del país, con los que se comunicaba personalmente a diario, así ahora salga a decir que todos actuaban a sus espaldas.
Salvo contadas y honrosas excepciones, son pocos los medios nacionales que entienden que este es uno de esos temas que sí merecen un cubrimiento minucioso y un análisis a fondo de sus periodistas, para que no tengamos que recurrir a la prensa extranjera cuando queramos saber qué ocurre en nuestras narices. A menos, claro, que la idea sea tender cortinas de humo.
Vladdo
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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