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No aprendimos nada

Lo lamentable es el poco respeto por la vida, un fenómeno que ni en estos meses parece disminuir.

Vladdo .
Aquellos que hace unos meses creían que a causa de la pandemia los colombianos nos íbamos a volver mejores personas se equivocaron de palmo a palmo. Todos los que, en medio de su optimismo, pensaban que tantos días y noches de encierro nos iban a cambiar para bien y podrían enseñarnos a darles valor a las cosas inmateriales, a volvernos más solidarios, a valorar más la vida, a ser más cariñosos en familia y más cívicos en las calles, tienen que sentirse hoy muy decepcionados.
Y no es para menos. Las noticias que vemos a diario en la televisión o que inundan las redes sociales nos caen como baldados de agua fría que nos recuerdan que se necesita mucho más que una peste como la que hemos padecido todo este nefasto año para cambiar nuestras conductas, para modificar hábitos, para ser más comprensivos –o al menos más tolerantes–, para ser más responsables, para dejar a un lado la indiferencia. En resumidas cuentas, desperdiciamos una oportunidad de oro para ser más humanistas y menos materialistas; más empáticos y menos egoístas; más sensibles y menos soberbios.
A mi modo de ver, lo más preocupante de todo en este país es el poco respeto que hay por la vida, un fenómeno que ni siquiera en estos meses parece disminuir y que, para colmo de males, empieza en las propias casas, tal y como lo advierten diversos informes de entidades púbicas y privadas, que han registrado el incremento de los casos de violencia intrafamiliar durante la pandemia. De hecho, según cifras de la Fiscalía General, entre marzo y septiembre se recibieron más de 38.000 denuncias por este delito y se reportaron 107 feminicidios. Como si fuera poco, a las preocupantes cifras de agresiones contra mujeres se han sumado los numerosos casos de abusos y crímenes contra menores de edad, como el de la niña indígena violada por varios soldados en el departamento de Risaralda, a mediados de este año y que conmocionó a todo el país.
Y cuando creemos que estamos tocando fondo, llega información de vejámenes, abusos y asesinatos de menores, como el caso de la inocente Sofía Cadavid, la niña de 18 meses asesinada la semana pasada por su propio padre en el municipio de Rionegro, Antioquia; homicidio que opacó la horrenda noticia de una mujer de 20 años que unos días antes había matado a su pequeña bebé de un día de nacida, en la ciudad de Bucaramanga.
Y ni hablar de los excesos de la Fuerza Pública, que se hicieron más que evidentes en septiembre pasado, con la tortura y asesinato de Javier Ordóñez, a manos de policías en un CAI, en el occidente de Bogotá, y que desencadenó una serie de protestas que derivaron en la muerte de otra decena de personas en la capital del país, en confusos hechos que salpican a esa institución, pero que siguen sin ser aclarados.

En esta pandemia desperdiciamos una oportunidad de oro para ser más humanistas y menos materialistas; más empáticos y menos egoístas; más sensibles y menos soberbios

Pero si en las ciudades llueve, en el campo no escampa; los ríos de sangre no se detienen. Las masacres ya son pan de cada día y el asesinato de excombatientes de las Farc y líderes y activistas sociales se está volviendo parte del paisaje, ante la indolencia e incompetencia de un gobierno desbordado por la violencia. No en vano entidades como la ONU han manifestado su preocupación, como se mencionó en la columna anterior.
En medio de este sombrío panorama, la situación de seguridad ciudadana también alcanza niveles perturbadores, al menos en la capital del país, donde ya son incontables los atracos en las calles, las casas, los carros particulares y los vehículos de transporte público. Y por más que la Alcaldesa Mayor cite cifras de disminución de la delincuencia, para tratar de apaciguar la angustia de quienes vivimos en Bogotá, lo cierto es que cada día dan menos ganas de salir a unas calles en las que un susto –o un disgusto– no se le niegan a nadie.
En este aspecto, también perdimos el año.
VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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