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La mala hora de los partidos

Hoy, en los partidos las conveniencias son más importantes que las convicciones.

Vladdo .
A mí me da la impresión de que el sistema político actual de este país, en vez de fortalecer la democracia, la debilita. Aunque varias de las medidas que se han tomado y las reformas que se han hecho en tiempos recientes estaban dizque dirigidas a garantizar la participación ciudadana, los resultados dejan mucho que desear tanto en asuntos programáticos e institucionales como en materia de organización de los partidos.
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Para empezar, las actuales colectividades políticas carecen del prestigio y la solidez que las caracterizaban anteriormente. Para bien y para mal, en otra época, los partidos eran entidades influyentes, con unos líderes que eran consultados y tenidos en cuenta a la hora de afrontar los desafíos que pudieran afectar la supervivencia de la democracia.
De hecho, cuando el país se encontraba en medio de alguna turbulencia o sobresalto institucional, el presidente de la República solía convocar al palacio de gobierno a las más altas autoridades de la Nación y a los jefes de los partidos, junto a los líderes empresariales y a los dirigentes gremiales, para analizar la situación y tomar decisiones compartidas que permitieran conjurar la crisis, o al menos para proponer medidas conjuntas que permitieran capotear la situación de manera unificada.
Recuerdo que en esas situaciones, al término de esos largos cónclaves, cuando algún vocero del gobierno o de la clase política hablaba ante unos reporteros expectantes para dar a conocer las conclusiones del encuentro, la ciudadanía tomaba un segundo aire, pues sentía que, más allá de las diferencias partidistas o ideológicas, todos íbamos en el mismo barco.
Cabe anotar que en aquellas citas la voz de los expresidentes era fundamental. Sus apreciaciones, su capacidad de discernimiento, sus llamados a la cordura y a la tranquilidad contribuían de manera significativa a aliviar la tensión en el ambiente.
(Qué contraste con lo que ocurre hoy con los exmandatarios, que, debido a sus desavenencias personales, ni siquiera se dignan aceptar una invitación que les hacen desde la Casa de Nariño para analizar los escenarios y las posibles implicaciones de las crisis limítrofes con nuestros vecinos.)

En otra época, los jefes de los partidos eran consultados a la hora de afrontar los desafíos que pudieran afectar la supervivencia de la democracia.

Desde luego, eran otros tiempos y vivíamos en unas circunstancias muy distintas. Hoy por hoy, el país es muy diferente y ahora la política está en manos de unos partidos de garaje, armados a la carrera como empresas electoreras, sin ningún ideario, en los cuales las conveniencias son más importantes que las convicciones y donde nadie piensa en el futuro del país, sino en sus propios intereses.
Para completar, están encabezados en no pocos casos por personajes grises o mediocres, que nada tienen que ver con las figuras de antaño, que de verdad tiraban línea y cuyos conceptos eran respetados por sus militantes. En síntesis, había ideología, se preservaban unos principios y se respetaban las jerarquías.
Ya nada de eso existe, y mientras en unos partidos sus jefes son unos monigotes a los que nadie acata ni respeta, en otros son unas deidades a las que ningún fanático se atreve a contradecir. Estos últimos, en vez de funcionar como organizaciones políticas, y más allá de sus inclinaciones extremistas –hacia la izquierda o a la derecha–, operan como sectas religiosas, con unos jefes que se creen los salvadores de la humanidad, a los que no les interesa tener seguidores sino feligreses. Y lo increíble es que no les va nada mal.
Por eso llegamos a una campaña electoral con más de una docena de aspirantes a la presidencia, donde casi todos, en vez de enarbolar una bandera partidista, prefieren hablar de coaliciones, alianzas y convergencias. Y no los culpo: con la mala reputación y la poca influencia de los partidos, a mí también me daría pena matricularme con alguno de estos.
VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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