Casualmente, las cuatro medallas hasta ahora obtenidas por Colombia en los olímpicos de Río de Janeiro –dos de oro y dos de plata– se las debemos a cuatro figuras de raza negra, dos mujeres y dos hombres afrocolombianos que han dejado muy en alto el nombre de un país excluyente que solo se acuerda de ellos cuando aparecen en los podios.
En un testimonio publicado en este periódico, el joven boxeador Yuberjen Martínez –medalla de plata en boxeo– resumió en una frase lacónica y certera lo que ha sido una norma con nuestros deportistas; en particular con los más humildes. “Hoy todo el mundo habla de mí, pero después se olvidan”, dijo lapidariamente en unas declaraciones que deberían sacudirnos a todos, no solo al Gobierno.
Claro que los de los deportistas no es que sean casos aislados, pues en nuestro país parece que las minorías étnicas están condenadas a la marginalidad y a la discriminación en todas sus formas. Por eso resulta muy interesante un proceso de justicia histórica que está a punto de culminar: la reivindicación de un colombiano ilustre que, a pesar de haber ocupado las más altas dignidades, ha estado confinado 150 años en las tinieblas del olvido.
Se trata del único mandatario negro que hemos tenido, el general Juan José Nieto Gil, quien nació en Baranoa, Atlántico, en 1804 y murió en Cartagena en 1866 y ocupó la presidencia de la República durante seis meses en 1861; cuya historia conocí gracias al sociólogo e historiador Orlando Fals Borda, que rescató su nombre del ostracismo racial tras encontrar su retrato en las bodegas del Palacio de la Inquisición en Cartagena.
En los años 80, después de hallar abandonado el cuadro de Nieto, lleno de polvo y de leyenda, Fals Borda se interesó en la vida del caudillo y la incluyó en su célebre Historia doble de la Costa. El óleo sufrió varias modificaciones a lo largo de los años –incluida una operación de ‘blanqueo’ en París, según contaba el historiador– y estuvo expuesto en el Museo Histórico de Cartagena hasta 1974, cuando fue archivado, después de una restauración que le devolvió al general su tez morena, imagen que no fue del gusto de la aristocracia cartagenera.
Tras la muerte de Fals Borda, el caso fue retomado por Gonzalo Guillén, periodista que ha obtenido abundantes datos sobre el expresidente, así como testimonios de sus descendientes, historiadores e investigadores; información que envió a la Presidencia de la República con un derecho de petición para que se restituyera la figura de Nieto.
Luego de un dictamen del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, que certificó la autenticidad de los hechos, la Presidencia ya reconoció la condición de mandatario de Nieto, y Juan Manuel Santos debe instalar su retrato en el lugar que le corresponde –entre Mariano Ospina Rodríguez y Tomás Cipriano de Mosquera– en la galería de presidentes de la Casa de Nariño, en ceremonia especial y con los honores dignos de su rango.
En esta época de reconciliaciones y posconflictos, es una gran noticia para una minoría que representa una cuarta parte de la población colombiana y que ha sido tradicionalmente segregada, a pesar de todas las glorias que nos ha dado.
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Colofón. No sé si sentir rabia o vergüenza ajena con los defensores del ‘no’. Es absurdo que a punta de frases efectistas, verdades a medias o mentiras descaradas los detractores de la paz insistan con la estolidez de que el plebiscito es sobre la gestión de un gobierno que está en su recta final. Cualquiera que se detenga a reflexionar un momento se puede dar cuenta de que si se hunden los acuerdos con las Farc, Santos pasa y la guerra queda.