Hace quince años, por estos días, se empezó a vender en Estados Unidos un aparatico que cambió la vida de muchos: el iPod. En su disco duro de 5 gigabytes, el nuevo reproductor de música podía almacenar mil canciones “con calidad de CD”, como lo dijo Steve Jobs la fecha de su lanzamiento. La batería le alcanzaba para funcionar diez horas seguidas y, gracias a su cable firewire, podía transferir de un computador el contenido completo de un CD en cuestión de diez segundos.
Pero la cualidad de este gadget que más subrayaba el CEO de Apple era su tamaño, igual a un mazo de naipes. Y, al ser más liviano que cualquier celular de la época, era en realidad ultraportátil.
Eran los días en que yo trabajaba en South Beach en la revista Poder, donde también tenía su despacho el periodista Fernán Martínez, mánager de Juanes, con quien vivimos un episodio muy simpático.
Como gomoso que soy de la tecnología, fui el primero de la oficina en tener el dichoso iPod, lo cual me convirtió en el centro de la curiosidad –y sin duda de la envidia– de todos mis compañeros, a los cuales les explicaba, uno por uno, cómo funcionaba ese juguete de 400 dólares y todas las cosas que podía hacer en combinación con mi poderoso PowerBook Titanium, el portátil profesional de Apple.
De pronto llegó Juanes y, como era de esperar, empezó a hacer preguntas más detalladas sobre la capacidad del iPod, la calidad del sonido, la velocidad de reproducción, etcétera... Con cada respuesta crecía su asombro y solo atinaba a responder; “¡Huy, qué chimba, hermano...!”.
Al término de la demostración, el cantante se fue lleno de emoción y con cara de “no-te-lo-puedo-creer”. Según supimos luego, fue de tal dimensión el entusiasmo de Juanes, que salió de la oficina directamente para una tienda de Apple, donde compró dos PowerBooks y dos iPods, con los cuales quedaron equipados él y su mánager.
La fiebre del iPod no respetaba fronteras; pues la posibilidad de trastear a cualquier parte semejante cantidad de canciones era la noticia más relevante en ese segmento del entretenimiento desde la invención del walkman, de Sony, que había sacudido al mundo en 1979.
Desde el primer momento, el iPod, con sus característicos audífonos blancos, se convirtió en compañero inseparable de paseos, lecturas, romances, reuniones sociales y, desde luego, de viajes. Después de los trágicos atentados del 11 de septiembre de 2001, la cajita de acero brillante siempre llamaba la atención de los nerviosos inspectores de seguridad en los aeropuertos, ante los cuales uno sacaba pecho contándoles de qué se trataba.
Luego del hito que Apple había marcado a comienzos de ese año con el lanzamiento del servicio iTunes –que permitía comprar en su tienda canciones individuales en vez del álbum completo–, la creación del iPod fue el paso definitivo para consolidar la revolución que esa compañía estaba produciendo en la industria de la música.
La importancia del iPod está resumida en un pasaje de la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson, quien recoge las palabras que Jobs le dijo a un reportero de la revista Newsweek: “Si alguien se ha llegado a preguntar por la razón de la existencia de Apple en este mundo, le puedo presentar este aparato como un buen ejemplo”.
Con semejante historia a cuestas, me sorprendió mucho que Apple hubiera dejado pasar sin pena ni gloria los quince años de un producto que no solo llegó a representar la mitad de los ingresos de la empresa sino que, además, fue el precursor del iPhone.
¡Que viva el iPod!
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Colofón. Acertó Juan Manuel Santos al nombrar como jefe del equipo negociador para los diálogos con el Eln a Juan Camilo Restrepo; hombre serio, sereno, discreto y con criterio. Mejor representados no podríamos estar.