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Diplomacia, con el saldo en rojo

Este gobierno dilapidó el capital diplomático con el que contaba al comienzo de la administración.

Vladdo .
Si hay un asunto en el cual Iván Duque ha demostrado una sobresaliente habilidad es en su capacidad de desperdiciar oportunidades. Y el mejor ejemplo es la forma como dilapidó el capital diplomático con el que contaban él y el país al comienzo de esta administración, cuando medio planeta estaba con los ojos puestos en Colombia, para ver cómo podían darle una mano en la implementación del incipiente proceso de paz firmado un par de años antes con las Farc.
(Lea además: Las calles del caos)
En agosto de 2018, era evidente el interés de la comunidad internacional en ayudarle al nuevo presidente en la ardua tarea de consolidar unos acuerdos producto de una negociación sin precedentes en este tipo de conflictos y que iban mucho más allá de una simple amnistía para los exguerrilleros.
Sin embargo, pudieron más la miopía, el sectarismo y su mal disimulada falta de interés. Casi desde su posesión, el mismo Duque ha tratado por todos los medios de deslegitimar a la JEP, cambió el término “proceso de paz” por un desabrido e inasible concepto de “paz con legalidad”, no ha dejado de lanzarle pullas a la Comisión de la Verdad y embolató lo más que pudo las curules para las víctimas.
Haciendo gala de una torpeza sin límites en su política exterior, concentró todos sus esfuerzos apostándole a la caída de Nicolás Maduro, se comió el cuento de que lo iba a tumbar en cuestión de horas y creyó que se iba a convertir en el nuevo libertador de Venezuela. Y, como para que no quedara duda de su incompetencia, pateó el tablero de las relaciones diplomáticas con Cuba, uno de los países garantes del acuerdo de paz. Nada menos.

Duque no tuvo reparo en doblar la cerviz ante el impresentable Donald Trump, en una actitud tan indigna como inútil.

Pero eso no es todo. Pese a que desde su llegada a la Casa de Nariño Duque no ha dejado de achacarle sus propios desaciertos al gobierno anterior, lo cierto es que gracias al trabajo de Juan Manuel Santos y su canciller, María Ángela Holguín, él recibió un importante legado en materia diplomática.
Como resultado del minucioso manejo de la agenda multilateral entre 2010 y 2018, los ciudadanos colombianos ya no necesitamos visa para viajar a los estados Schengen y a decenas más de países; Colombia ingresó a la Ocde y, como si fuera poco, nuestro país se convirtió en socio global de la Otán; un estatus que no tiene ningún otro Estado de América Latina, y que comparte con pocas naciones, como Japón, Australia o Nueva Zelanda.
Así mismo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por Naciones Unidas en 2015 nacieron de una iniciativa que la cancillería colombiana presentó en una de las reuniones previas a la Cumbre Río + 20, realizada en Brasil en 2012.
No en vano, debido a esos aciertos –sobre todo a la firma de la paz y la adopción de los ODS–, Colombia era el país de mostrar en la ONU, tal y como lo expresó en 2017 el propio secretario general, António Guterres, quien se sumaba así a lo manifestado en su momento por su antecesor, Ban Ki-moon.
En contraste, Duque y sus tres cancilleres tienen poco que mostrar, cosa que no sorprende en un gobierno que no tuvo reparo en doblar la cerviz ante el impresentable Donald Trump, en una actitud tan indigna como inútil. De hecho, esta es la hora en que el mandatario colombiano no logra reunirse con Joe Biden, pese a los dos viajes recientes que ha hecho a Washington.
En todo caso, ese pobre balance no le impide a Duque pasear por el mundo, aceptando premios y honores de origen incierto, quizás preparando el terreno para su nueva vida, a partir del próximo 7 de agosto.
Y a juzgar por sus discursos recientes, no sería raro que quisiera aterrizar en alguna organización internacional relacionada con temas migratorios o medioambientales; pero yo creo que le puede ir mejor en una empresa dedicada a la economía naranja. Al fin y al cabo, lo suyo es el entretenimiento.
VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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