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Crisis y oportunidades

Produce cierto alivio pensar que cuando el gobierno quiere el Estado puede.

Vladdo .
En casi todos los países la llegada del coronavirus, aunque previsible, terminó convertida en una sorpresa para todo el mundo: para los gobiernos, para las instituciones públicas y privadas, para los científicos, para los académicos, para los empresarios y para la sociedad en general. Ya se ha dicho hasta la saciedad que después de que esto pase nada volverá a ser como antes, que será el inicio de una nueva era, que tendremos que ver la vida de un modo diferente; más un largo etcétera… Y es probable, mas no seguro, que muchas de estas apreciaciones –¿o premoniciones?– tengan algún asidero y que, en efecto, la humanidad tome un nuevo rumbo. Pero antes de que eso ocurra, deberíamos tratar de reflexionar un poco en lo que ha pasado, al menos en nuestro país.
Para empezar, a mí me ha sorprendido la presteza con la cual el Gobierno, en cabeza del mismísimo Iván Duque, ha tomado medidas que hasta no hace mucho serían impensables o cuyo trámite exigiría demasiado tiempo. Se anuncian planes de asistencia económica y social por doquier, alivios tributarios, préstamos, exenciones y otros beneficios. Decisiones que dan la impresión de que, cuando hay voluntad política, es posible actuar con agilidad y eficiencia.
Aunque falta ver cómo se hacen plenamente efectivas todas las normas anunciadas tanto por el Presidente como por los mandatarios locales y regionales, por ahora queda la sensación de que a la hora de manejar coyunturas delicadas no todo se tiene que diluir en discusiones interminables y que en general las autoridades nacionales pueden trabajar coordinadamente con alcaldes y gobernadores sin necesidad de pisarse las mangueras ni tirarse la pelota entre todos. Desde luego, hay decisiones –como el polémico decreto 444– que no son de aceptación general y otras que debieron haberse tomado días o semanas antes; sin embargo, produce cierto alivio pensar que cuando el Gobierno quiere el Estado puede.

En esta crisis también han salido a relucir antiguas falencias del país que han terminado en tragedia.

En contraste, en esta crisis también han salido a relucir antiguas falencias del país que han terminado en tragedia, como la barbarie ocurrida en La Modelo y otras prisiones del país, que han dejado decenas de muertos y no pocos heridos; casi todos ellos en la cárcel capitalina.
Para nadie es un secreto que en Colombia la situación penitenciaria hizo agua hace muchos años y que las prisiones son sitios de degradación, donde es impensable la resocialización de ningún recluso y donde los derechos humanos son letra muerta. Al hacinamiento, que supera el 50 por ciento, hay que sumarle también las pésimas condiciones higiénicas, médicas, sociales y de alimentación y la inocultable corrupción, gracias a la cual en los patios y celdas circulan drogas, armas de todo tipo y equipos de comunicaciones. Así las cosas, las circunstancias están dadas para que cualquier situación derive en una calamidad como la del sábado y que puede repetirse una y otra vez.
En respuesta a estos lamentables hechos, se anunció una depuración mediante la figura de casa por cárcel para ciertos casos, con el fin de disminuir la cantidad de internos y tratar de evitar de esa manera el contagio masivo del covid-19, en momentos en que los casos se multiplican a lo largo y ancho del país. Y aunque esta medida puede ser adecuada, lo cierto es que es apenas un pañito de agua tibia para un problema que exige hace lustros una solución de fondo. En un país que se las da de civilizado –con mucha afiliación a la Ocde y todo–, las cárceles no pueden seguir en tan precario estado, albergando a personas olvidadas o despreciadas por la sociedad y abandonadas por el Estado.
Sería deseable que el Gobierno aprovechara el estado de emergencia para dar un primer paso en este sentido, pues este ya no es apenas un asunto de dignidad sino también de justicia. Es una buena oportunidad.
Vladdo
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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