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Cangrejear, en vez de cambiar

Según muchos políticos, los únicos que no se devuelven son los ríos.

Vladdo .
Para nadie es un secreto –o no debería serlo– el hecho de que la política es el arte de ‘cangrejear’. La contradicción es inherente a la actividad pública, dirán algunos; los únicos que no se devuelven son los ríos, ratificarán otros. Y siguen tan campantes…
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Sin retroceder demasiado en la historia, basta hojear cualquier álbum de la política criolla de años recientes para redescubrir imágenes en las cuales aparecen in fraganti los más variados expertos en contradecirse. Que lo diga, por ejemplo, Álvaro Uribe, quien, luego de promover como congresista el indulto al M-19 en la década de los 90, se convirtió en el más acérrimo enemigo del proceso de paz con las Farc. O a Juan Manuel Santos, quien después de haber comparado a Hugo Chávez con el mismísimo demonio, terminó graduándolo como su nuevo mejor amigo. O a Enrique Peñalosa, quien después de renegar con toda suerte de calificativos contra los metros elevados, cambió de parecer para embarcar a Bogotá en una línea ¡de metro elevado!
Andrés Pastrana, que no bajaba a Uribe de mafioso y paramilitar, no tuvo luego ningún inconveniente para sentarse a manteles con el jefe del Centro Democrático. Y algo similar le pasó a César Gaviria, quien después de mostrarse como un encarnizado antiuribista terminó –junto a Uribe y Pastrana– promoviendo la candidatura de Iván Duque en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2018.
Y si por la derecha llueve, por la izquierda diluvia. Ahí está el caso de Gustavo Petro, quien con su voto de respaldo en el Congreso ayudó a poner a Alejandro Ordóñez en la Procuraduría General de la Nación, sin imaginar que después este le iba a hacer la vida a cuadritos en su paso por la Alcaldía de Bogotá.

En su campaña, Petro –quien se autoproclama adalid del cambio de las viejas costumbres políticas– se ha aliado con unos personajes que no son propiamente sinónimo de renovación.

Lo más absurdo es que en su afán de llegar a la Casa de Nariño, Petro –quien se autoproclama adalid del cambio de las viejas costumbres políticas– está inmerso en una campaña en la cual se ha aliado con unos personajes que no son propiamente sinónimo de renovación y a los cuales les ha abierto de par en par las puertas de su rimbombante Pacto Histórico, que no es otra cosa que un tinglado preparado única y exclusivamente para aupar su candidatura.
No obstante, a pesar de que insiste en presentarse como el líder de una gran coalición pluripartidista, hace un año Petro incorporó como su escudero a Armando Benedetti, que conoce todas las formas habidas y por haber de hacer politiquería. Y no mucho tiempo después se sumó al combo el camaleónico Roy Barreras.
Pero la cosa no para ahí. En esta versión recalentada del ‘sancocho nacional’ del que hablaba Jaime Bateman –fundador del M-19– ya está también el pastor Alfredo Saade, tristemente célebre por sus posturas retrógradas. Y, como si fuera poco, este fin de semana se empezó a hablar de acercamientos del petrismo con Luis Pérez. Sí; leyó bien: ¡Luis Pérez Gutiérrez! El mismo en el que usted está pensando...
Por más que Petro y sus simpatizantes insistan en justificarlo, lo cierto del caso es que eso no se llama cambiar sino cangrejear; una llamativa forma de avanzar, pero hacia atrás.
* * *
Colofón. Resulta muy curioso –por decir lo menos– que el general en retiro Jorge Enrique Mora Rangel salga ahora a despotricar contra el acuerdo de paz firmado hace cinco años con las Farc. Si todo lo que denuncia hoy el antiguo comandante de las Fuerzas Militares era cierto, ¿por qué no se retiró del equipo negociador? Peor aún: ¿por qué acompañó hasta el final todo el proceso? ¿Por qué no dijo entonces ni mu? ¿En qué se diferencia este general Mora de aquel que aplaudía sin reservas a Juan Manuel Santos en la ceremonia del Teatro Colón, en noviembre de 2016? Me niego a creer que haya armado todo ese escándalo solo para promocionar un libro…
VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com
Vladdo .
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