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Las ciencias de la discusión

Estas ciencias nos ponen a pensar desde una perspectiva más universal que la del interés propio.

En no pocas conversaciones con colegas universitarios procedentes de las más diversas disciplinas científicas suele aparecer y reaparecer, planteada de muchas formas, una pregunta que con renovada insistencia me ha llamado siempre la atención: ¿las discusiones científicas –supuesto que son bien llevadas– deben conducir a algún tipo de conclusión aceptada –o aceptable– por todos los que participan en ellas?
Supongamos, por ejemplo, una discusión entre matemáticos sobre algún problema nuevo o aún no resuelto. No es descabellado pensar que, de resolverse, todos estarían –o deberían estar– de acuerdo en la solución propuesta. Lo mismo podría decirse de muchas otras ciencias cuyos conocimientos aspiran a poseer significado y validez universal, como la física, la química o la biología: cualquier conocimiento nuevo en alguna de estas disciplinas debe poder ser evaluado y validado por las respectivas comunidades científicas. Se espera de ellas que zanjen, con autoridad académica, las discusiones que les son propias.
No ocurre lo mismo con las ciencias humanas y sociales. En sociología, ciencia política o antropología, sobre un mismo asunto puede haber diversos métodos de trabajo y, por tanto, también diversidad de perspectivas y puntos de vista.
Investigar, por ejemplo, acerca del significado de ciertas prácticas religiosas –o políticas– en una comunidad humana podría ser objeto de aproximaciones tan diversas o incluso contradictorias que algunos podrían concluir que ninguna de esas ciencias puede generar confianza.
Es propio de las ciencias humanas y sociales indagar por la realidad social desde los más diversos horizontes metodológicos y axiológicos. En uno de esos extremos tenemos los enfoques positivistas y su insistencia en que solo se debe confiar en datos objetivos obtenidos desde un punto de vista valorativamente neutral, y en el otro, los enfoques hermenéuticos para los cuales más allá del dato y de la precisión del concepto lo que vale es el significado para las personas desde sus propios horizontes de interpretación interesada.
Ello genera una dinámica discursiva muy interesante dentro de las ciencias humanas y sociales: comprendernos como seres humanos, sea de forma individual o social, siempre será algo dinámico y polémico.
Pero hay un tercer tipo de discusiones que no dudo en calificar de científicas, las que constituyen lo que algunos llaman las ‘ciencias de la discusión’. Estas ciencias no buscan evacuar o finiquitar discusiones; por el contrario, buscan iniciarlas allí donde por algún motivo no se dan, provocarlas cuando parecen innecesarias y enriquecerlas cuando se limitan a alimentar clichés, prejuicios o cegueras colectivas.
El punto de partida de estas ciencias es que a toda sociedad le hace bien discutir abierta y públicamente sobre sí misma, sobre sus vulnerabilidades y sus vergüenzas, no desde la autoflagelación colectiva sino desde el legítimo interés emancipatorio del conocimiento.
Dichas ciencias, al decir del filósofo alemán Jürgen Habermas, “liberan la conciencia de poderes sedimentados ideológicamente”, tienen por objeto el mundo del trabajo, el uso del lenguaje y de la comunicación, y el ejercicio del poder. Por eso generan discusiones incómodas o superfluas para algunos, pero necesarias y provechosas para todos. Son las ciencias que nos ponen a pensar desde una perspectiva más universal que la del interés propio. Y son –óigalo, Colciencias, óigalo el Gobierno, óiganlo las universidades– decisivas a la hora de tomar en serio la paz, la reconciliación y la convivencia. Sin ellas, acabaremos regresando siempre, como Sísifo, al mismo punto de partida.
VICENTE DURÁN CASAS, S. J.
Departamento de Filosofía Pontificia Universidad Javeriana
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