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Secuestro y esclavitud

Una nueva e inesperada acusación se suma al abultado prontuario de las Farc: la de esclavismo.

Thierry Ways
Hay comportamientos inmorales o criminales que se vuelven tan comunes que quienes los practican pierden la capacidad de darse cuenta de en qué momento cruzan la frontera entre una conducta meramente inapropiada y una más grave. O entre una meramente grave y una atroz.
En 2017, cuando comenzaron a aparecer denuncias por acoso y abuso sexual contra el productor de cine Harvey Weinstein, algo que me llamó la atención de los testimonios que salían en la prensa fue hasta qué punto él, y otros como él, estaban acostumbrados a recibir o exigir favores sexuales a cambio de impulsar la carrera de alguna joven actriz. Era una práctica tan cotidiana que por momentos daba la impresión de que se olvidaban de que estaban haciendo algo malo. Simplemente era la forma como se hacían las cosas en Hollywood: un comportamiento que, por aberrante que fuera, había sido normalizado por el medio.
En esos casos, muchas veces hace falta un golpe o un sacudón, como las acusaciones contra Weinstein, que derivaron en el movimiento Me Too, para que se desatasque la brújula moral de las personas que han perdido la capacidad de perturbarse frente a conductas que el hábito ha invisibilizado.
Me parece que eso es lo que les acaba de pasar a las ex-Farc con relación a un concepto de la Procuraduría, que acogió la JEP, según el cual aquella guerrilla habría cometido un crimen cuya sola mención nos remite a tiempos que creíamos lejanos: la esclavitud.
Cuando leí la noticia sentí lo que digo arriba: un sacudón. ¿Esclavitud? Por más atroces que fueran los delitos que cometieron las Farc, en mis cuentas no estaba el de someter a sus víctimas a trabajos forzados. Y entre las de ellos tampoco, como lo hicieron saber de inmediato en una carta en la cual dijeron que “sería faltar a la verdad y quedar en deuda con la historia permitir que se imponga la narrativa de que las Farc-EP fue una organización esclavista”.
Pero puede que les haya pasado lo de los productores acosadores de Hollywood: que hubieran normalizado ciertas prácticas a tal grado que no vieran ahí ningún crimen adicional al del secuestro. Pues dice el auto de la JEP que hay testimonios de que algunos secuestrados eran obligados a realizar tareas como limpiar caminos, raspar coca o cocinar para la tropa. Tal vez las Farc no hayan caído en cuenta del delito que estaban cometiendo. Pero eso, tanto en los diccionarios sencillitos de la gente común y corriente como en los culebreros códigos de los jurisconsultos, se conoce como esclavitud.
Es un agravante al ya inconmensurablemente grave vejamen del secuestro. Y no cualquier agravante: un crimen de lesa humanidad (uno más) que se suma al abultado prontuario de la guerrilla. Sus antiguos jefes ahora tendrán que decidir si reconocen esa conducta o rechazan la imputación. Desde el punto de vista del castigo, si la aceptan no pasa nada nuevo. Siguen cobijados por los beneficios que les otorga el acuerdo del Teatro Colón. Las condiciones del acuerdo se aplican igual para un secuestro que para un asesinato, un carro bomba, una toma guerrillera, para este nuevo delito o para cualquier espeso popurrí compuesto de alguna combinación de los anteriores. Pero desde el punto de vista de la imagen del movimiento, hoy agrupado bajo la enseña del partido Comunes, colgarse un rótulo de esclavistas le haría un daño irreparable a la narrativa que ha querido vender de que la guerrilla fue una organización motivada por nobles ideales que se trastocaron en el fragor de las balas.
Ese es el problema con la normalización de ciertas conductas. Que quienes lo hacen se vuelven ciegos a la evidencia de su malignidad y pueden incluso creerse el monstruoso cuento de hadas de que están obrando por el bien de los demás.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways
tde@thierryw.net
(Lea todas las columnas de Thierry Ways en EL TIEMPO, aquí).
Thierry Ways
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