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La maza sin cantera

Si bastara con consignas de protestas en la calle, ¿por qué sigue Maduro gobernando en Venezuela?

Thierry Ways
A veces quisiera uno que ciertos proveedores de música popular, inquietos activistas de causas políticas, se dedicaran más al ritmo que al proselitismo. No porque no tengan derecho a opinar –faltaría más–, sino por la predictibilidad con la que la embarran. Y, puesto que las normas de la cultura estipulan que es más ‘cool’ ser progre que godo, es anticipable que sus yerros tiendan a la izquierda más que a la derecha. Célebres son las loas a Fidel y su revolución, en las que toda una generación de cantautores latinoamericanos vertió su innegable talento.
En lo personal, debo reconocer que no hay tema del gemebundo cancionero de Silvio Rodríguez que no me sepa de memoria, por lo que siempre he pensado que si una eventual revolución bolivariana en Colombia llegara a encarcelarme –mis columnas publicadas bastarían para condenarme por delitos de leso chavismo–, al menos podré entretener a mis guardias. Solo falta que aprenda a cantar. De lo que sí soy incapaz es de volver a escuchar a Silvio con el mismo candor de la adolescencia, hoy que conozco el desenlace de la revolución a la que él le compuso la banda sonora.
Hace unos días, en otro rincón del Caribe, el gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, renunció a su cargo tras protestas callejeras espoleadas por Ricky Martin, Bad Bunny y Residente, tres estrellas musicales de la isla. Los dos últimos y la cantante iLe grabaron ‘Afilando los cuchillos’, un potente rap que se convirtió en la canción del movimiento. El hecho ha sido celebrado en América Latina como prueba de que la música popular puede ponerse al servicio del pueblo y la transformación política. Esa atractiva narrativa, sin embargo, omite un detalle importante.
Si Roselló cedió a la presión ciudadana fue porque Puerto Rico, aunque padece problemas similares a los de otras sociedades latinoamericanas, tiene respecto a ellas una diferencia crucial: que funciona bajo la vigilancia parcial del Gobierno de Estados Unidos. En nuestras naciones ‘soberanas’, ningún político renuncia al cargo por motivos de indignidad. En Puerto Rico, que hace parte de la esfera cultural y jurídica de EE. UU., Roselló, un político humillado por la filtración de ofensivos chats privados y por el arresto de dos de sus funcionarios –sindicados de corrupción por el FBI–, entendió que su gobernabilidad estaba herida de muerte y prefirió renunciar, si no por decencia, al menos por pragmatismo. Algo que, insisto, no pasa en el resto de América Latina.
Si bastara la ciudadanía que entona en las calles consignas de protesta para expulsar a los sátrapas del poder, ¿por qué sigue Maduro gobernando en Venezuela? Porque no basta. Se necesitan unas condiciones mínimas de confianza institucional (en el FBI y las cortes, por ejemplo) para que la presión ciudadana funcione. Cuando dejamos que avancen demasiado los procesos de concentración de poder o de erosión de la democracia, como ya pasó en Venezuela, es tarde para protestar. Observemos el fracaso posterior de casi todas las ‘primaveras árabes’ de comienzos de década. Por lo mismo son insensatos esos movimientos que pretenden destruirlo todo para volver a empezar. Los jacobinos que quieren incendiar la sociedad olvidan que sus propias casas están hechas de madera.
Sin instituciones medianamente buenas, la música pop en política no es más que –gracias, Silvio– una “maza sin cantera”. Una embriaguez emocionante, y pasajera. Que a veces, como dije al principio, ha sido cómplice de la destrucción de las instituciones que, justamente, se necesitan para el cambio. ¿No fue el propio Residente, acaso, quien, hace poco, prestaba su imagen de rebelde sin filtros –que dice las cosas “como son”– a cierta causa política latinoamericana? Sí: a una causa llamada Hugo Chávez.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways
tde@thierryw.net
Thierry Ways
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