¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Deontología y empanadas

Aplicada a la justicia, la ‘empanada’ sería el consecuencialismo extremo, la improvisación.

Thierry Ways
La rama de la filosofía que se ocupa de la ética nos habla de distintas maneras de saber si una acción es buena o mala. Por una parte está la deontología, que se atiene a principios o reglas universales. Su mayor exponente fue Immanuel Kant. Si usted se pasa un semáforo en rojo a las 3 de la mañana y lo detiene un agente de tránsito kantiano, de nada valdrá que le diga que no venían más carros y que su infracción no le hace daño a nadie, el agente le responderá que las normas son para cumplirlas.
Por otra parte está el consecuencialismo, que juzga los actos según sus consecuencias. Para los consecuencialistas, el fin a veces justifica los medios. Decir una mentira, por ejemplo, puede ser bueno si gracias a ella se salva una vida.
Colombia, como todo Estado de derecho, presume de ser una sociedad deontológica. Pero en realidad recurre frecuentemente al consecuencialismo. Fue el caso del acuerdo con las Farc. Con tal de ponerle fin a la confrontación, se justificó aligerar las penas para culpables de delitos graves e, incluso, crear una justicia especial solo para ellos.
El joven al que se le aplicó un comparendo de más de 800.000 pesos –un salario mínimo– por comprar una empanada en la calle fue víctima de la deontología: dura lex, sed lex. La reacción de la sociedad, en cambio, fue consecuencialista. Se criticó una sanción tan severa para algo tan baladí, se invocó el derecho al trabajo de los vendedores informales, se adujo que la policía está para cosas más urgentes que fiscalizar fritos, etc.
Como muchos, mi primera reacción fue de indignación bufa. El castigo, a todas luces, era absurdo. Pero mientras más lo pienso, menos defendible encuentro esa posición. Hay un quisquilloso reglamentista en mi interior que le está ganando el argumento al ciudadano solidario que también llevo dentro y ha obtenido buena parte de su sustento calórico de empanadas de esquina. La razón es que el mal uso del espacio público puede considerarse una infracción similar en gravedad, por ejemplo, a pasarse un semáforo en rojo. Y, como sociedad, hemos decidido que esa infracción no es tolerable, así más nadie esté usando la vía, pues las excepciones arbitrarias a las reglas, aun cuando parezcan inocentes, sabotean la justicia. Mi reglamentista interior, ya lo habrán adivinado, no gana concursos de simpatía.
Una forma de zanjar el problema sería reducir el precio de la formalidad, que en Colombia es muy alto. El vendedor callejero no puede asumir la carga de impuestos, permisos y regulaciones que se le exigen, pues su negocio sería inviable. La solución no es obligarlo a formalizarse a cualquier costo, sino facilitar ese proceso creando una normativa que ampare a los informales sin destruir su fuente de trabajo.
Pero, para exigir, el Estado también debe cumplir. Hace unos días leía en la prensa sobre un joven con 24 años y 14 capturas judiciales, varias de ellas por delitos graves como extorsión y asesinato, pese a lo cual gozaba de casa por cárcel. La noticia era su presunta participación en una masacre de cinco personas. El Estado tuvo múltiples oportunidades de poner a este criminal en serie tras las rejas y evitar muchas muertes, pero no lo hizo. ¿Cómo puede esperarse que la ciudadanía respete una justicia así?
En el habla coloquial de partes del Caribe colombiano, una ‘empanada’, además del conocido alimento frito u horneado, es un trabajo mal hecho, de mala calidad: una chambonada. Un mal mecánico arregla todo a punta de ‘empanadas’, y sálvese usted del cirujano que practica ‘empanadas’ en el quirófano. Aplicada a la justicia, la ‘empanada’ sería el consecuencialismo extremo, la improvisación, la arbitrariedad: lo contrario de la deontología. Una crocante descripción de nuestro aparato legal.
@tways / tde@thierryw.net
Thierry Ways
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción