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Un mundo nuevo

La inteligencia artificial aplicada va a cambiar muchas cosas muy rápido. ¿Estamos preparados?

Thierry Ways
Según datos compartidos por Ethan Mollick, profesor de la Universidad de Pensilvania, al teléfono análogo le tomó 75 años llegar a 100 millones de usuarios. Al celular le tomó 16. Facebook y WhatsApp lo lograron en menos de 5, y el video-juego ‘Candy Crush Saga’ lo hizo en 12 meses.
ChatGPT, el robot chateador de la firma OpenAI, les acaba de ganar a todos: en 2 meses acumuló 100 millones de inscritos. Para Mollick, se trata del producto de más rápida adopción de la historia: una señal de la importancia que tendrá en los próximos años no solo ese sistema, sino la inteligencia artificial (IA) en general: de la rapidez con que se tomará el mundo. Hace apenas unos años se decía que a la IA le faltaban décadas para llegar a ser útil. El horizonte se redujo en cuestión de meses.
Esta semana un juez de Cartagena fue noticia mundial porque se apoyó en ChatGPT para agilizar una sentencia. Pero eso es solo un susurro de lo que viene. Ya hay aplicaciones de IA para producir imágenes, componer canciones, diseñar edificios y programar computadores. El año pasado un sistema de Google adquirió la capacidad de analizar bromas sencillas: un eco inquietante del cuento de Asimov en el que un supercomputador descifra el secreto de los chistes y acaba para siempre con el humor humano.
Como toda tecnología, la IA tendrá efectos buenos y malos. Muchos se preocupan por su impacto en el empleo. Razón no les falta: ciertas profesiones creativas o intelectuales, hasta ayer consideradas a salvo de la robotización, podrían verse compitiendo con sistemas inteligentes. La inquietud es legítima, pero creo que, como ocurrió con innovaciones anteriores, la IA complementará a la humanidad en lugar de condenarla a la irrelevancia. Los oficios se adaptarán a las nuevas herramientas como antes lo hicimos con los telares, las calculadoras y el internet.
De hecho, una de las paradojas de la era digital es que, no obstante la tecnología que nos rodea, el crecimiento de la productividad se ha estancado. Es muy posible que la IA nos saque de ese estancamiento. Que lo diga el juez cartagenero.
Más me preocupan, en cambio, los sesgos que traigan incrustados los sistemas inteligentes. La IA no es neutra; no puede serlo, pues para ‘entrenarla’ se la expone a un gigantesco corpus de libros, prensa, comentarios en redes sociales, etc. En esos millones de palabras está contenido el conocimiento humano, pero también cada expresión de odio, cada yerro doctrinario, cada mentira premeditada o accidental que haya pronunciado la especie. La IA lo absorbe indiscriminadamente. Por eso, en todos los prototipos ha habido que introducir cortapisas para evitar que arrojen respuestas racistas, misóginas o violentas.
Luego están las inclinaciones ideológicas de los sistemas. Un algoritmo, por ejemplo, puede ser ajustado para ser más progresista o más conservador, según las preferencias de sus diseñadores. Si en el futuro inmediato vamos a confiar en la IA para tomar decisiones –si la IA va a ser el ‘experto residente’ en muchos escenarios–, necesitamos transparencia sobre cómo está programado el sistema, cuáles son sus supuestos y sus puntos ciegos, etc. De lo contrario, acabaremos cediéndoles decisiones públicas y privadas a cerebritos externos cuyos prejuicios ignoramos. El potencial para la manipulación es enorme; mucho mayor que en tiempos de la hegemonía de los medios masivos de comunicación.
Sea como fuere, la IA llegó para quedarse. Su evolución no marcha al ritmo de los años, sino de los días. Diciembre de 2023 será distinto a enero de 2023. ¿Estamos preparados para los choques que vienen? Si vamos a manejar esto con el mismo espíritu vanguardista con que manejamos la regulación de plataformas como Uber, el siglo XXI nos mandará saludos.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways
tde@thierryw.ne
Thierry Ways
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