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Vapores venusianos

Saber que hay vida en otros planetas tendría consecuencias colosales para los terrícolas.

Thierry Ways
Los titulares exageraron: no, no se halló evidencia de vida en las nubes de Venus. Lo que encontró el observatorio de Atacama fue un gas, el fosfano, que, por las condiciones atmosféricas del planeta, no debería estar allí en la concentración detectada. En la Tierra, el fosfano lo producen metabólicamente algunos microorganismos, por eso su presencia puede ser evidencia indirecta de vida microbiana. Pero aún falta mucho para decir que hay vida en el cielo de Venus.
De confirmarse, sería la noticia más importante de la historia, solo comparable a la ramita de olivo que le anunció a Noé que el diluvio había terminado. La presencia de vida en otro planeta, aunque fuera solo vida microbiana, respondería de una vez y para siempre la pregunta de si estamos solos en el universo. Cualquier vida extraterrestre, por primitiva que sea, aumenta la posibilidad de que alguna vez, en alguna parte del cosmos, existiera o exista vida inteligente aparte de nosotros… suponiendo que nosotros lo seamos.
Dirán algunos que, en un mundo con tantos problemas –la pandemia, el cambio climático, el malestar social, la intransferibilidad de Messi–, es una necedad ponerse a estudiar microbios nefelibatas (“dícese del que anda en las nubes”) que viven a millones de kilómetros de aquí. Que la posibilidad de contactar extraterrestres evolucionados es tan remota que mejor dediquémonos a asuntos terrenales. Y entiendo el desinterés. Pero se me ocurren al menos dos cuestiones en las que saber que hay vida en otros planetas tendría consecuencias colosales para los terrícolas. Tan solo saberlo, ni siquiera conocer esa vida de cerca, sería ya un terremoto existencial.

Si encontráramos evidencia de vida microscópica en muchas partes, pero ninguna civilización, eso sugeriría que la nuestra también puede estar
condenada.

La primera tiene que ver con la llamada paradoja de Fermi. Si la vida puede surgir espontáneamente en muchas regiones del cosmos, ¿por qué no hemos encontrado señales de otras civilizaciones? Puede ser que estén muy lejos, pero puede ser también, y esto es lo terrible, que tarde o temprano todas se suicidan. Destruyen el ecosistema que les da vida, fabrican armas de destrucción masiva o inventan las redes sociales. Y se extinguen sin dejar rastro.
Si encontráramos evidencia de vida microscópica en muchas partes, pero ninguna civilización, eso sugeriría que la nuestra también puede estar condenada.
La segunda cuestión es la existencia de Dios. Nuestras principales religiones, el cristianismo y el islam, son monoteístas y excluyentes. Es decir, creen en un solo dios y enseñan que quien no cree en él comete el más grave de los errores. Sin embargo, si hubiere vida avanzada en otros planetas, es nada probable que nuestros hermanos intergalácticos crean en los mismos dioses de la Tierra. Y, entonces, si Dios no es universal, ¿es Dios? Quedarían en tela de juicio todas las religiones y, dada la centralidad de la religión en la civilización humana, no me alcanzo a imaginar las consecuencias sociales y culturales que eso pueda tener. Para algunos creyentes, el asunto se zanjaría postulando un único Dios cósmico, cuyo reino cobijaría tanto a terrícolas como a andromedanos y alfacenturianos. Pero ese, con seguridad, sería un dogma muy distinto a los de hoy.
Y ni siquiera haría falta que hiciéramos contacto con otras civilizaciones para poner en jaque a todas las religiones terrestres. Bastaría con saber que esas civilizaciones existen.
Ahora, si hacemos contacto con seres más avanzados, ojalá que no vengan en modo evangelizador, como los europeos que llegaron a América. Nos someterían a sus religiones y ritos extraños, o nos exigirían algo muy valioso a cambio de dejarnos en paz. ¿Qué podría ser? Solo algo tan preciado como un dios podría satisfacerlos: el dios de la única religión que congrega a más devotos que todas las demás.
Habría que entregarles a Messi.
Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net
Thierry Ways
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