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Parecerse a nosotros

Chile, quizá, tenga algo que ganar mudando de modelo de país. Pero también tiene mucho que perder.

Thierry Ways
El domingo, el pueblo de Chile enterró sin duelo la Constitución vigente y encargó que se redactara una nueva.
La actual tiene la mancha de haber sido promulgada por la dictadura de Augusto Pinochet. Pero bajo esa Constitución, reformada muchas veces por posteriores gobiernos democráticos, Chile alcanzó un éxito económico que es la envidia del vecindario. Ese es el lío: que ambas cosas son ciertas, la mancha y el éxito. Eso no legitima los crímenes de la dictadura, para nada, simplemente son los hechos. La historia rara vez viene empacada en prolijas narrativas que satisfacen nuestro sentido de justicia.
En el contexto latinoamericano, el éxito de Chile es descollante. Su estabilidad y crecimiento lo llevaron a ser el primer país suramericano en la Ocde, en 2010. Su ingreso por habitante es de los más altos de la región. Tiene la menor tasa de pobreza, junto con Uruguay, y la mayor expectativa de vida, junto con Costa Rica. Y supera a todos sus vecinos en el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas.
El lunar del ‘milagro chileno’, como se sabe, es la desigualdad económica. Pero en Latinoamérica, que si bien es la región más desigual del mundo, es con la que hay que comparar a Chile primero, la desigualdad de esa nación, medida por coeficiente de Gini, está en el promedio. Son más desiguales Brasil, México, Colombia y varios más.
Chile, en otras palabras, quizá tenga algo que ganar mudando de modelo de país. Pero también tiene mucho que perder.

Una carta magna puede ‘garantizar’ cualquier cosa, pero mientras no existan los medios materiales para cumplir esas garantías, no pasa de ser un catálogo de buenas intenciones.

América Latina, como he dicho antes en este espacio, es una región en exceso politizada. Quiero decir con eso que pensamos que las grandes transformaciones sociales provienen principalmente de la arena política y minusvaloramos el rol de la iniciativa privada. Creemos demasiado en el papel, el pergamino. Pensamos que el mundo es tal y como está descrito ahí, o que debería serlo, y que basta con poner algo por escrito para que, publíquese y cúmplase, se haga realidad. Y no es así, nunca lo ha sido. Lo nuestro ha sido el “se acata pero no se cumple”. Nuestras continuas desilusiones políticas deberían habérnoslo enseñado ya.
Una constitución, por ejemplo, puede decir, como la colombiana: “toda persona tiene derecho a un trabajo en condiciones dignas y justas”. Pero esa frase, en la práctica, carece de efectividad, y hasta de sentido, si no existen las condiciones materiales para proveer esos trabajos: si no existen fábricas, oficinas, almacenes, consumidores con poder adquisitivo, etc. Y está claro que nos hacen falta esas condiciones, pues aquí millones de personas no consiguen empleo, no digamos ya ‘digno’ o ‘indigno’, sino simplemente un empleo.
Estados Unidos, en cambio, lleva décadas, si no es que toda la vida, con menos desempleo que nosotros, aunque su Constitución no menciona en ninguna parte el “derecho a un trabajo”. ¿Pero cómo va a ser eso, cómo puede ser? Pues porque una carta magna puede ‘garantizar’ cualquier cosa, pero mientras no existan los medios materiales para cumplir esas garantías, no pasa de ser un catálogo de buenas intenciones.
Eso no quiere decir que las constituciones sean irrelevantes. Por el contrario, son cruciales, pues pueden ser aliadas de los procesos de creación de riqueza, que son los que permiten que se materialice lo que en ellas dice. O pueden ser enemigas de esos procesos, que es lo que sucede cuando prometen un mundo pletórico de derechos y reivindicaciones cuyo cumplimiento exige recursos sin fin, que se extraen vampíricamente del sector productivo, dejándolo anémico y exangüe.
Eso es lo que se juegan los chilenos. A quienes hay que desearles suerte. Que no se diga después que, mientras el resto de Latinoamérica quería parecerse más a Chile, Chile decidió que quería parecerse más a nosotros.
Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net
Thierry Ways
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