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La embalada del pajarillo

Aunque Musk podría mejorar aspectos de Twitter, inquieta tanta concentración de poder.

Thierry Ways
¿Por qué tanto alboroto con que Elon Musk compre Twitter? Todos los días se compran y venden empresas. Esta, además, no se distingue por su rentabilidad. Ni por su popularidad: sus 230 millones de usuarios activos no le alcanzan para estar entre las 10 primeras redes sociales a nivel mundial.
Pero lo que a Twitter le falta en números le sobra en influencia. La corriente de trinos y contratrinos es un ágora global donde confluyen políticos, periodistas, académicos y opinadores. Por allí pasan, cuando no comienzan, todos los debates públicos del momento. No por nada muchos líderes exitosos –Obama y Trump en EE. UU., Uribe y Petro en Colombia– le deben su megáfono a la red del pajarillo azul. Hacerse con el control de Twitter es adueñarse de uno de los espacios de comunicación más poderosos de la historia.
Musk, claramente, lo ve así. Ha dicho, sin economizar hipérbole, que está en juego “el futuro de la civilización”. Y que la política de moderación de contenidos de Twitter “socava la democracia”.
La moderación de contenidos fue la respuesta de la plataforma a las quejas que le han hecho por prestarse para difundir mensajes considerados indeseables o peligrosos por ciertos sectores sociales. El caso más célebre fue la suspensión de la cuenta de Donald Trump durante el asalto al Capitolio en enero de 2021.
En algunas situaciones, como las incitaciones a la discriminación o la violencia, la censura es justificable. Pero a Twitter también se le va la mano, como ha admitido Jack Dorsey, uno de sus fundadores. Y aunque no hay manera de comprobarlo, pues sus decisiones son privadas, muchos sospechamos que los moderadores de Twitter son más permisivos con los contenidos izquierdosos que con los derechosos. Es natural: las grandes tecnológicas gringas están mayoritariamente integradas por trabajadores urbanos y universitarios, que suelen ser más ‘progres’ que el resto de la población.
Musk, quien se define como un “absolutista” de la libertad de expresión, quiere eliminar los sesgos ideológicos en la plataforma. (Algunos se preguntan si reactivaría la cuenta de Trump; Trump dice que no le interesa). Por eso, la derecha, y no solo la trumpista, aplaudió la noticia de la oferta de adquisición.
Sin embargo, no creo que dure el entusiasmo. La libertad de expresión no es un vehículo que se embala solo, como uno de los Teslas autopiloteados de Musk, sino un equilibrio que hay que administrar. Entre otras razones, porque hasta el hombre más rico del mundo necesita crédito para financiar sus caprichos, y la deuda que asumirá Musk para comprar Twitter requiere que la firma sea suficientemente rentable para pagarla. Si la red se inunda de contenido políticamente incorrecto, por más que esté amparado por la Primera Enmienda, los anunciantes podrían espantarse.
Eso no impide que Musk pueda ser un dictador benévolo para la firma. Algunas de sus otras propuestas, como la de combatir los ‘bots’ –cuentas automatizadas a veces usadas por bodegas–, tienen mucho sentido. Y no hace falta rediseñar de cero la plataforma para volverla más equilibrada. Quizá baste con contratar más moderadores con ideas conservadoras o de derecha para que le hagan contrapeso a las ortodoxias progresistas del momento.
Pero hay un problema de fondo que la opa de Musk no elimina, sino que agrava. Desde hace tiempo se ha señalado el riesgo de que hayamos concentrado en muy pocas manos la arquitectura de la plaza pública del mundo actual, que son las redes sociales. Una red tan influyente como Twitter bajo el mando de una sola persona, por benévola que pueda parecernos hoy, no pinta como una buena alternativa. Si se trata de mejorar la democracia, ojalá Musk, que es un innovador incansable, se fije sobre todo en esa parte del rompecabezas.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways
tde@thierryw.net
(Lea todas las columnas de Thierry Ways en EL TIEMPO aquí).
Thierry Ways
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