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¿El problema son las estadísticas?

Hace falta actualizar encuestas de hogares para quizá conciliar la dinámica laboral con económica.

Stefano Farné
Las últimas estadísticas publicadas por el Dane muestran un ulterior deterioro de las condiciones laborales en el país. No solo el desempleo sigue aumentando, sino que, hecho aún más preocupante, la ocupación continúa disminuyendo desde abril: se perdieron más de 360.000 empleos en el trimestre abril-junio y casi 475.000 en el trimestre julio-septiembre. Estos resultados no guardan coherencia con algunas cifras macroeconómicas. De hecho, resulta poco intuitivo que al acelerarse el crecimiento del PIB –de 2,4 por ciento a mediados de 2018 a 3,4 por ciento en el segundo trimestre de 2019–, la ocupación caiga, pues, en principio, la mayor producción de bienes y servicios requiere una mayor utilización de fuerza de trabajo.
Tampoco es intuitiva la relación de las cifras laborales con el consumo de los hogares. Cada mes hay más desempleados –por ejemplo, personas sin ingresos que buscan un trabajo– y, sobre todo, cada mes hay más inactivos –por ejemplo, personas sin ingresos que no tienen, ni buscan, un trabajo–. En septiembre de 2019 había 153.000 desocupados y 820.000 inactivos más que en septiembre 2018. ¿De qué viven los nuevos (y viejos) desempleados e inactivos? Al parecer, no tendrían problemas económicos porque su gasto sigue disparado, a niveles muy superiores de los registrados en fechas similares del año pasado: según el Dane, el gasto de los hogares crecía al 3,7 por ciento en abril-junio de 2018, y en el mismo trimestre de 2019 se incrementó al 4,6 %.
¿La migración venezolana puede explicar estos fenómenos contrastantes? Según el módulo de migración de las encuestas de hogares, habría poco más de millón y medio de venezolanos residentes en Colombia, y su número habría aumentado en unos 800.000 durante el último año. Sin embargo, el crecimiento de toda la población residente en el territorio nacional –nacionales y extranjeros–, según las mismas encuestas de hogares, fue de apenas 522.000 personas.
Entonces, si la población total del país crece menos que la de inmigrantes, los colombianos estaríamos disminuyendo en números absolutos. Este sería un hallazgo extraordinario, porque nos pondría, en materia de envejecimiento demográfico, al mismo nivel que algunos países europeos en donde los nacimientos de nacionales han disminuido tanto que la población se contrae en términos absolutos. ¿O es que estos resultados se deben a una estructura obsoleta de las encuestas de hogares?
Esta obsolescencia podría justificar los insólitos resultados demográficos y laborales comentados. De hecho, las cifras de las encuestas de hogares todavía se estiman con base en los resultados del censo de 2005, el cual, como se recordará, fue un censo accidentado cuyos resultados han sido cuestionados en numerosas ocasiones.
La ONU recomienda efectuar los censos de población cada cinco o, por lo menos, cada diez años, precisamente porque estos constituyen un marco de referencia para mantener actualizadas las demás estadísticas de un país, incluidas las del mercado de trabajo. Pero, en Colombia, el último censo se llevó a cabo en 2018, trece años después del anterior, y aún no se han incorporado cambios en las encuestas de hogares.
En fin, un censo lejano en el tiempo; sus discutidos resultados, que se tomaron como base para estructurar las encuestas de hogares, y la reciente migración de venezolanos –incluida la volátil presencia de los que están en tránsito– requieren una actualización urgente de las encuestas de hogares que tal vez nos ayude a conciliar la dinámica laboral con la económica. ¿Qué tal que esta actualización muestre que, coherentemente con el comportamiento de la economía, el empleo aumente? ¿Necesitaríamos con tanta urgencia una reforma laboral?
STEFANO FARNÉ
Observatorio del Mercado Laboral, Universidad Externado de Colombia
Stefano Farné
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