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Un grito desde el Pantano de Vargas

Revivamos nuestra historia como una opción hacia la paz.

Este muchacho, Alonso Ríos Vanegas, tenía alrededor de 20 años cuando, como jefe de taller del maestro Rodrigo Arenas Betancur, le tocó cabalgar por dos años sobre los caballos de bronce del monumento a los lanceros en el Pantano de Vargas, hasta dejarlos listos para la historia. Hoy, como escultor maduro y embriagado de historia, me dice mientras tomamos un tinto en Marinilla: “En esta celebración de los 200 años de la Independencia le pediría al país que honre a los 14 descamisados que vencieron a Barreiro dejando de una vez por todas de matar a los descamisados de hoy, a esos líderes sociales, la mayoría gente humilde del campo, que están buscando la paz para Colombia y que son asesinados por fuerzas oscuras”.
Estamos en esta ciudad del oriente antioqueño, en la Esparta colombiana, en un foro promovido por la administración municipal y la Academia Antioqueña de Historia, uno de cuatro que realiza esta institución para reflexionar sobre nuestra historia de estos 200 años y lo que viene. ¿Fue una independencia fallida?, pregunta alguien al historiador José Nevardo García, y él responde que no, que es un proceso que no ha terminado; pero a su vez interroga al público presente y al país: ¿por qué patria luchamos hoy? ¿Cuáles son los ideales que nos convocan? Esas preguntas se las traslado en esta columna a los partidos políticos que hoy nos avergüenzan porque de las ideas pasaron a la revancha y del patriotismo, a la ambición, como único propósito.

Dice Fernando Ossa Arbeláez, abogado y académico marinillo, que recordar y revivir los valores de los patriotas ayudaría a los jóvenes a proyectarse con sueños grandes para reconstruir el país.

Preguntemos a los candidatos que hoy buscan nuestros votos por esa Colombia que quieren. Dejémoslos en cueros frente a la verdad. Como periodistas mostremos su rostro desnudo para ver si los electores encuentran en alguno o alguna una luz para tanta oscuridad. Dejemos a las mujeres, heroínas ocultas de la historia, que hablen.
Allí, en Marinilla, mi ancestro, en esta cuna de sefaradíes que hoy buscamos con orgullo nuestras raíces, la Academia recordó en el evento que vengo citando a la valiente Simona Duque, que entregó todos sus hijos a la campaña libertadora y que cuando el Gobierno quiso compensarla con una pensión no la aceptó porque “la república necesita más ese dinero que yo, que puedo sobrevivir con mi huerta”. Tal vez si recordáramos hechos como estos, a nuestros congresistas les darían alguna vergüenza sus jugosos salarios y sus fraudes, mientras millones de colombianos mueren de hambre.
Dice Fernando Ossa Arbeláez, abogado y académico marinillo, que recordar y revivir los valores de los patriotas ayudaría a los jóvenes a proyectarse con sueños grandes para reconstruir el país; insiste en que es urgente volver a la cátedra de historia en el sistema educativo. Pero ¿cómo se están recordando esos valores en la celebración de los 200 años de la campaña libertadora? ¿Cómo se está haciendo en los colegios, en las universidades, en los hogares? ¿O todo se reducirá a una fiesta el 7 de agosto con los mismos y para los mismos?
Creo que si diéramos una mirada a los héroes y heroínas que entregaron su vida por nuestra libertad, nos cuestionaríamos sobre la forma como nos estamos matando unos a otros en Colombia de palabra, obra y omisión. Revivamos nuestra historia como una opción hacia la paz porque, como decía una mujer ilustre, también de Marinilla, Amanda Gómez Gómez, “la gente no se muere si nosotros la mantenemos viva”.
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