Buena parte de América Latina y el Caribe está sumida en la incertidumbre y el pesimismo. Una vasta corrupción y una aguda polarización agravan su cúmulo de problemas. Con matices, eso ha ocurrido bajo gobiernos tanto de derecha como de izquierda. Esta última vivió en el 2016 episodios relevantes, que merecen una evaluación.
Fidel Castro murió tras haber permanecido 47 años en el poder y habiéndoselo legado a su hermano hace una década. El comandante movilizó al pueblo cubano contra la dictadura de Batista y la injerencia estadounidense, y logró avances en salud, educación y seguridad. Pero esos logros terminaron haciéndose insostenibles para una economía obsoleta, y los abusos autoritarios del régimen anulan los derechos humanos y las libertades ciudadanas.
Con Maduro a la cabeza, el chavismo ha hundido a Venezuela en el colapso económico e institucional. La seguridad, el abastecimiento básico, la infraestructura y la salud se han ido a pique. Entre tanto, el Gobierno insiste en culpar de todo ello a supuestos enemigos externos, se adueña de los poderes públicos, reprime opositores, menosprecia el malestar social, impide salidas electorales y se aferra a los militares.
En Nicaragua, programas sociales adelantados gracias a préstamos y donaciones de la petrolera venezolana le han asegurado a Daniel Ortega tres reelecciones consecutivas. A su reelección de noviembre pasado le agregó más nepotismo, represión de protestas y control de un parlamento del que excluyó a la oposición usando al poder electoral y judicial.
Aunque la reelección fue rechazada por el pueblo en febrero pasado, Evo Morales anunció que en el 2019 buscará por cuarta vez la presidencia. Sus 11 años en el poder han brindado nuevas oportunidades a una mayoría indígena que por fin gobierna en Bolivia, pero también han estado marcados por el control de poderes públicos, la corrupción de dirigentes oficialistas y el extractivismo, que agrava problemas de agua.
En sus tres gobiernos sucesivos, Rafael Correa logró una mejor distribución de la riqueza y renovó la infraestructura social y vial del país. Tras el terremoto de abril pasado obtuvo apoyo para la reconstrucción y para sus medidas frente a la crisis económica. Pero su estilo autoritario suscitó muchas protestas. Correa no se presentará como candidato en febrero del 2017, lleva a sus vicepresidentes; aspira a volver en el 2021 y a obtener entonces la reelección indefinida.
En Brasil, los avances contra la pobreza se ven amenazados por la crisis económica y política. La Presidenta fue destituida por parlamentarios aliados y procesados por una corrupción que salpicó al partido de Lula y Dilma. En sus gobiernos, empresas brasileñas como Odebrecht la extendieron a nivel internacional. En Argentina, Cristina de Kirchner trata de revertir acusaciones en su contra por corrupción. La Presidenta chilena, afectada por dificultades económicas y de corrupción en su entorno, no pudo sacar adelante reformas necesarias y perdió el apoyo ciudadano. En Uruguay crece la impaciencia por ineficiencias del Gobierno.
En suma, la izquierda llegó al poder invocando la prioridad de lo social y la lucha contra la corrupción y el autoritarismo de las élites, pero sus logros se han revertido y algunos de sus gobiernos han terminado pareciéndose o, incluso, superando a sus antecesores. Se ha empeñado en mantener el poder mediante la reelección y el control clientelista del pueblo. Ha diluido las esperanzas de cambio que había sembrado. Incluso, en sus casos extremos, le ha agregado un autoritarismo caudillista que, sin pudor, manipula la Constitución, se adueña de poderes, instituciones y puestos públicos, viola derechos y libertades e interfiere el juego democrático.
Socorro Ramírez