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Paraíso acosado

Frente a la desidia y el olvido, Bosawás se irá reduciendo de tamaño a paso acelerado.

Sergio Ramírez
El pueblo mayangna, que en su propia lengua quiere decir simplemente ‘nosotros’, es el más antiguo en haberse asentado en territorio de Nicaragua, y ahora habita, junto con el pueblo misquito, igualmente milenario, la selva tropical húmeda de Bosawás, vecina al mar Caribe. Esta área fue declarada reserva de la biosfera por la Unesco en 1997, y abarca 20.000 kilómetros cuadrados, el tamaño de la República de El Salvador. Junto con la reserva de Río Plátano de Honduras, al otro lado de la frontera, representa el segundo pulmón más grande del hemisferio, después del Amazonas.
Bosawás es un rico y vasto laboratorio de la naturaleza donde convergen la flora y la fauna del norte y sur del continente americano. Contiene el 13 por ciento de las especies del planeta; más de 200 especies, entre animales vertebrados e invertebrados, y cerca de 300 especies vegetales.
Todo un patrimonio de la humanidad que se ha convertido, más bien, en un teatro de saqueo despiadado: 42.000 hectáreas de bosque son taladas cada año para el negocio ilegal de maderas preciosas y la introducción forzada de la ganadería intensiva en tierras que ni siquiera son aptas para pastos.
Y mientras la frontera agrícola avanza, empujada por los colonos mestizos llegados desde la costa del Pacífico, y el negocio de la venta y asignación de tierras se encuentra en manos de mafias que también tienen que ver con el narcotráfico, los mayangnas y misquitos son expulsados a la fuerza de su hábitat natural, sus aldeas son incendiadas, y caen asesinados.
Cuando el gobierno de Chávez, en Venezuela, abrió la oportunidad de importación de carne nicaragüense pagada a precios preferenciales, la invasión de las tierras de la reserva y el consiguiente despale se aceleraron. Hay mestizos que emigran hacia Bosawás porque son campesinos pobres, o llegan desplazados de las áreas urbanas. Pero predominan los traficantes, intermediarios y aventureros, dispuestos hasta a matar.
En 2001, los mayangnas fueron favorecidos por un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que otorgó a los pueblos indígenas de Bosawás el derecho a poseer un territorio colectivo, y en 2008 el Gobierno tituló a su favor cerca de 80.000 hectáreas. Pero fue papel mojado. En 2005, Elaina Rufos, habitante de una de esas comunidades agredidas, declaraba: “Ahora tenemos problemas porque llegaron tres grupos de mestizos. Ellos fueron mandados por el Gobierno y ellos quieren trabajar ahí. Dicen que quieren comprar el bosque, y nosotros no queremos”.
Los ‘colonos’ se valen de artimañas legales frente a una comunidad que tiene medios muy escasos para defenderse. “Hemos encontrado a colonos con escrituras públicas que abogados y notarios han hecho, pero todo eso es falso”, dice el dirigente mayangna Javier Hanzak.
El 29 de enero de este año, 80 hombres armados con fusiles de guerra, rifles de cacería y machetes, de un grupo llamado ‘Kukalón’, asaltó la comunidad mayangna de Alal, cerca del poblado minero de Bonanza. Mataron a seis pobladores e incendiaron 16 viviendas, mientras las mujeres, niños y ancianos corrían a esconderse en el bosque. “Mataron a nuestros hermanos con machetes, cuchillos y balas; muchos se quedaron sin vivienda ni recursos económicos”, dice Byron Bucardo Miguel, uno de los líderes del poblado. Hasta ahora, solo uno de los agresores ha sido capturado por la policía.
A quienes invaden los territorios indígenas de Bosawás les son completamente ajenos el mundo de los mayangnas y de los misquitos, sus creencias ancestrales y su convivencia armónica con la naturaleza, el carácter sagrado que para ellos tienen la selva, los árboles y los ríos.
Frente a la desidia y el olvido, Bosawás se irá reduciendo de tamaño a paso acelerado, y con ese espacio vital irán desapareciendo también sus habitantes, expulsados o asesinados. Y el ‘nosotros’ que significa la palabra ‘mayangna’ se disolverá en nada.
Sergio Ramírez
www.sergioramirez.com
Sergio Ramírez
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