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Cuando despertó, Monterroso todavía estaba allí

La brevedad no solo era en cuanto a la extensión de sus textos, sino en cuanto a su obra toda.

Sergio Ramírez
El mes de diciembre que entra se cumple el centenario del nacimiento de Augusto Monterroso, un escritor que seguirá despertando y siempre estará allí, como el famoso dinosaurio de su cuento de pocas líneas, obra maestra de la brevedad, del ingenio y de la ligereza, que tan caro era a Ítalo Calvino.
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Un cuento de una sola línea, una sola coma y un solo punto que es, además, el único cuento que puede aprenderse entero de memoria, como muchos lo hemos aprendido, y que hoy cabría en la estricta medida de un tuit, con lo que Monterroso, mal que le pese, pasa a ser un adelantado de la posmodernidad.
Al primero a quien la solemnidad de este aniversario habría divertido es a él mismo, desconfiado siempre del bronce y los laureles. Un humor sosegado, para nada estridente. Como era corto de estatura, decía que los bajitos tenían un sexto sentido para reconocerse entre ellos. Y se declaraba también embajador plenipotenciario de los Países Bajos.
Ya el hecho de que, en lugar de Augusto, su nombre de pila, lo llamaran Tito, era pasar del terreno de la majestad imperial al de un diminutivo que lo hacía sentirse confiado en sí mismo, maestro como fue de la brevedad también por regla literaria.
La brevedad no solo en cuanto a la extensión de sus textos, sino en cuanto a su obra toda, que nunca llegó a ser abundante. La regla de la rigurosa escasez. En esto se parecía a Bartleby, el escribiente solitario del cuento de Herman Melville, a quien, cuando se le quería confiar una nueva tarea de oficina, solía responder, tímida pero tozudamente: "Preferiría no hacerlo".

Cuando alguna vez le dije que nunca había escrito una sola línea mala, me respondió, antes de soltar su risa sosegada, que era porque escribía poco.

Nació en Tegucigalpa, de padre guatemalteco y madre hondureña, venido de una parentela de gambusinos como los de las películas del Oeste, que colaban el oro recogido en la corriente de los ríos, tal como lo cuenta en su libro biográfico de 1993, Los buscadores de oro.
Vivió su infancia y adolescencia en Guatemala bajo la dictadura de Jorge Ubico, y cuando este fue derrocado, respaldó de estudiante la revolución democrática que se inició en 1944 con el presidente Juan José Arévalo; salió al exilio tras la caída de Jacobo Arbenz en 1953, y se quedó en México el resto de su vida.
A la vista de aquella cordillera de crestas que se repiten sin fin en el horizonte que es La comedia humana, Monterroso, frugal, exclama, lleno de graciosas ínfulas: "Hoy he escrito una línea, hoy me siento un Balzac".
En su cuento El zorro es más sabio, de La oveja negra y demás fábulas, escuchamos la historia del Zorro escritor a quien siempre pedían un nuevo libro, a pesar de que ya había publicado dos, aclamados por la crítica. "En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer", pensaba el Zorro.
En el personaje del Zorro escritor, no pocos descubren al discreto Juan Rulfo, que se negó a escribir un tercer libro, o inventó que estaba escribiendo uno que se llamaría La cordillera para que lo dejaran en paz, pero nunca lo empezó.
Obras completas y otros cuentos, su primer libro, se publicó en 1959. Luego, una década después, vendría La oveja negra y demás fábulas, e, igual que su Zorro, Monterroso empezó a prevenirse de no caer en las provocaciones del escribir demasiado para acrecentar su fama.
Cuando alguna vez le dije que nunca había escrito una sola línea mala, me respondió, antes de soltar su risa sosegada, que era porque escribía poco. Recomendaba, además, a sus alumnos de los talleres literarios, frente a la página que uno creía perfecta, agregar algún error, para lograr así la imperfección, que es siempre una obra humana.
Igual que sus antepasados que se metían en las corrientes de los ríos a colar la arena en busca de pepitas de oro, Monterroso lo hizo con las palabras. Mucha arena colada y poco oro.
Y cuando despierte dentro de otros cien años, seguirá allí.
SERGIO RAMIREZ
www.sergioramirez.com
(Lea todas las columnas de Sergio Ramírez en EL TIEMPO, aquí)
Sergio Ramírez
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