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Los protocolos de los sabios de Trump

Los QAnon, secta de EE. UU., pertenecen a una historieta cómica, eso se puede ver en sus atuendos.

Sergio Ramírez
Igual que las novelitas pornográficas copiadas a máquina que circulaban de mano en mano con grave sigilo entre los adolescentes en mi pueblo, los adultos se pasaban entre ellos en las barberías, con no menos avidez, un folleto en cuya portada figuraba un judío barbado a cuyas espaldas brillaba, con fulgores luciferinos, una estrella de David.
Los protocolos de los sabios de Sion. Este panfleto, de pobres pero convincentes invenciones, exponía la trama de una conspiración tejida por los judíos para sojuzgar al mundo. Nadie, ni en un lugar tan alejado de los centros de poder como Masatepe, ni en ningún otro de la Tierra, escaparía a esos tentáculos viscosos; hasta el magnate Henry Ford, quien había pagado de su abundante bolsillo la impresión de ediciones enteras del folleto en Estados Unidos.
Y a Hitler creyó también le sirvió como pretexto para el exterminio de millones de judíos. Cuando me topé con ese folleto, estoy hablando de los años cincuenta del siglo pasado. Entonces ya se conocía el horror de los campos de concentración nazis, pero era mucho más fuerte la avidez de la gente sencilla por los graves secretos que los protocolos revelaban.
Sencillos y letrados, todos somos hijos del mito, y es tentador siempre pensar en términos de fábula; en ese terreno pantanoso, la conspiración y la profecía se hallan a sus anchas para explicar desde las catástrofes naturales a las guerras; no en balde, las Profecías de Nostradamus reviven cada comienzo de año para develar las contingencias amenazadoras del futuro. Y Los protocolos de los Sabios de Sion no solo no pierden vigencia hoy día, en pleno siglo veintiuno, sino que engendran descendencia.
Las fábulas inventadas de la secta QAnon de la ultraderecha de Estados Unidos pertenecen a la misma estirpe alimentada en la puerilidad de que debajo de nuestros pies hay un mundo subterráneo donde figuras famosas celebran aquelarres para manipular a su antojo nuestras vidas. La esencia de las historietas dibujadas en cuadros.
Y ese otro mundo que no vemos, pero desde el que se controlan nuestras mentes, es regido por claves secretas, como en El código Da Vinci, de Dan Brown.
No es que quiera culpar a Dan Brown de la existencia de QAnon, pero la credibilidad de un dedicado lector suyo viene a ser la misma. En una ocasión, me encontraba en la iglesia de San Sulpicio, en París, frente al cuadro de Delacroix Jacob luchando contra el ángel, cuando la voz del guía al que rodeaba un grupo de turistas llamó mi atención: habían viajado hasta allí, desde Ohio o desde Dakota, con el exclusivo propósito de ver el lugar donde Silas, el albino, busca la clave del paradero del Santo Grial.
Claves siniestras, hilos conductores de la conspiración de que se sienten víctimas, dirigida por estrellas de Hollywood, y a cuya cabeza se halla el villano mayor, George Soros, gran maestro del Estado profundo, peor que Lex Luthor, el archienemigo de Supermán.
Es una historieta cómica, pero con consecuencias. Uno de los QAnonianos entró disparando en 2016 en una pizzería de un barrio de Washington. El agresor había sido convencido de que desde allí se dirigía una red de ritos satánicos dedicada a la pedofilia. A la cabeza de esa red se hallaba nada menos que Hillary Clinton.
Enlistados por el FBI como terroristas potenciales, los cabecillas de QAnon se hicieron visibles en el reciente asalto al Capitolio. Y como en las tramas de los comics, responden ante un jefe supremo incógnito que se halla dentro de la misma Casa Blanca, al lado de Trump, y que a través de las redes va dejando rastros para que sean encontrados por los soldados de la causa de la pureza racial.
Que los QAnon pertenecen a una historieta cómica puede verse por sus atuendos, como el de Yellowstone Wolf, con sus cuernos de vikingo y su lanza en ristre. Y, por supuesto, los QAnon creen en los platillos voladores y en los extraterrestres; desde luego, que las civilizaciones intergalácticas desarrolladas están gobernadas por supremacistas blancos. Faltaría más.
Sergio Ramírez
www.sergioramirez.com
Sergio Ramírez
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