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Voy con el 'Sí'

Es una hermosa paradoja que Plinio Mendoza me aporte la premisa inicial para votar por el 'Sí' este 2 de octubre.

Sergio Ocampo Madrid
“El Frente Nacional nos legó como herencia dos llagas funestas: el clientelismo y la subversión. Estableciendo duros cerrojos institucionales como la participación paritaria en el poder de liberales y conservadores y la alternación de los dos partidos en la presidencia, no dejó a todas esas corrientes de izquierda, exasperadas por la manera en que antes se había ahogado en sangre el movimiento liderado por Gaitán, más alternativa que la vía insurreccional (…) A mí no me cabe duda de que las Farc nacieron de la insurgencia ante una doble represión: la ejercida bajo los sucesivos gobiernos conservadores y el de Rojas Pinilla, y la represión bajo el Frente Nacional, que fue militar y política por falta de canales de expresión electoral para fuerzas distintas al bipartidismo”.
La frase es inteligente, certera y textual, y no proviene de Arturo Alape ni de Alfredo Molano, viejos conocedores del origen de la guerra y de las vicisitudes de la Colombia problemática y profunda. La frase es de Plinio Apuleyo Mendoza y está escrita en el ensayo ‘En qué momento se jodió Colombia’, un libro de 1990, publicado por la hoy extinta editorial Oveja Negra. No voy a caer en la tentación de preguntar en qué momento se jodió Mendoza, y pasó de la lucidez intelectual a la fe ciega y visceral por la ultraderecha.
Pero es una hermosa paradoja que Plinio me aporte la premisa inicial para votar por el ‘Sí’ este 2 de octubre. Porque creo que el origen de las guerrillas se debió a la exclusión de un puñado de desarrapados que querían no solo expresarse, participar, sino también defenderse de una violencia gubernamental y extender unas fronteras agrícolas hacia territorios donde no había Estado. Su causa al alzarse en armas era justa y razonable, y la dirigencia de este país cometió un error garrafal e histórico al no intentar incorporarlos a través de razones políticas, o sea llevar el Estado hasta allá con maestros, jueces, médicos, y a cambio de eso solo mostrar la cara feroz de la represión por medio de la Fuerza Pública.
Los sacaron a patadas y a plomo de la sociedad y la política, y luego fueron (fuimos) incapaces de hacerlos regresar, de integrarlos, y nos acostumbramos a que se peleara una guerra muy lejos, en la manigua y la humedad, en donde combatían por cada bando unos muchachos morenitos, gentuza de apellidos populares y nombres de actores gringos. Todos colombianos, todos descastados; aunque algunos morían como ‘héroes de la patria’ y los otros apenas eran ‘dados de baja’.
Ahora tenemos la oportunidad histórica de empezar a revertir tantos desaciertos, y por eso el ‘Sí’ me parece un imperativo de justicia y defender el ‘No’ me parece inmoral, algo como admitir que la solución es ir a cazarlos, reducirlos a la cárcel para poder seguir disfrutando de esta sociedad de privilegios, de segregaciones, de castas, contra la cual tuvieron el descaro de alzarse.
Comparto con Maurice Armitage, alcalde de Cali, que a las Farc hay que pedirles perdón. Pero también creo que las Farc deben pedirnos perdón porque en 52 años de guerra, de ostracismo casi total, alejadas de los flujos culturales y de pensamiento en el mundo, se envilecieron, se volvieron bárbaras, cometieron muchos errores brutales, el principal de todos privilegiar solamente la opción militar, en la actitud delirante de llegar al poder por medio de violencia y terror. Una enorme imbecilidad esa de responderle al Estado y a la sociedad que los excluyó mostrando solo la cara feroz, sin imaginación, sin ingenio, sin política, y bajo la financiación criminal de la coca, la extorsión y el secuestro.
También quiero apostar por el ‘Sí’ porque quiero saber la verdad. Muchas verdades, aunque puedan doler. Quiero entender qué pasaba por la estructura mental de unos tipos que tumbaban varias manzanas de un pueblo para acabar con cinco policías; qué pensaban minutos antes de arrojar las pipetas de gas contra una iglesia en Bojayá, repleta de gente; qué sentían luego de 10, 11, 12 años de compartir cambuches con unos policías y soldados a los que mantenían amarrados con alambre de púa; qué pensaron en el minuto final antes de disparar contra Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri, o contra los 11 diputados del Valle, porque supuestamente alguien los iba a rescatar; quiero saber si ustedes mataron a un hombre bueno como Jesús Bejarano; si es verdad que cuando se les morían los secuestrados seguían jugando con la esperanza de las familias, para terminar exigiendo plata por rescatar los cadáveres.
Es nuestro derecho a saber la verdad, para poder perdonar y para que estas cosas nunca se repitan.
Pero, adicional, voy a votar por el ‘Sí’ porque quiero salir de este juego irresponsable y perverso de que las Farc terminen dirimiendo desde la clandestinidad quién nos debe gobernar: así ha sido desde Andrés Pastrana hasta hoy, cuando alternativamente votamos para que se intente la paz o para que se les haga la guerra frontal, sin importar qué más nos proponen los grupos políticos. Es bueno tener a las Farc jugando sobre la mesa, con sus cartas, oponiendo razonamientos sensatos, inteligentes, a una clase dirigente mediocre, venal, más mala que nunca, pues la ultraderecha en su desespero ha terminado quitándose todas las máscaras para mostrar el tipo de país que les gusta: uno donde ‘el Ejército entra a matar’ sin atenuantes; uno donde el Sagrado Corazón de Jesús tiene la cara de otro ‘salvador’; donde la sexualidad no debe preguntarse ni debatirse; uno con la mentalidad mafiosa de asustar, bravear, de gritar más, de sembrar rumores y no dar argumentos, pero sí exigirlos, y al final declararse como perseguido.
Voy por el ‘Sí’, con ilusión, con miedo, con escepticismo.
SERGIO OCAMPO MADRID
Sergio Ocampo Madrid
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