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Un negocio de toda la vida

A través de la historia, los ejércitos mercenarios son la herencia más duradera de las guerras.

Cuando leí que un comando colombiano había participado en el asalto que culminó con el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, una plática que tuve hace 20 años con el entonces director de EL TIEMPO, Enrique Santos Calderón, me cruzó por la mente.
Cuando leí que un comando colombiano había participado en el asalto que culminó con el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, una plática que tuve hace 20 años con el entonces director de EL TIEMPO, Enrique Santos Calderón, me cruzó por la mente.
A Santos le preocupaba la prolongación sin fin de la guerra fratricida, pero también le intranquilizaba pensar qué sucedería con los guerrilleros una vez pacificado el país. Miles de personas que saben hacer la guerra pero no se han preparado para vivir en paz.
En esa ocasión, Enrique no habló sobre el futuro de los militares retirados, un contingente que según la publicación de Juanita León, La Silla Vacía, es enorme. “Al año, según cálculos de la principal asociación de soldados profesionales en retiro, en Colombia salen entre 4.000 y 6.000 soldados profesionales e infantes de marina de las Fuerzas Militares”. Otras fuentes hablan de 10.000 o 15.000.
“Todos están, además de altamente entrenados, curtidos por un conflicto activo, constante y diverso. Y luego de los 20 años de servicio reglamentario para acceder a su pensión, lo que se conoce como retiro asistido, los soldados se enfrentan a una dura realidad”.
A tan solo unos días del magnicidio, todavía no se ha podido esclarecer quiénes fueron los autores intelectuales del atentado. Lo indudable, sin embargo, es que sí hubo participación de militares colombianos retirados.
Tampoco cabe duda de que la mercadotecnia moderna se nutre de una tradición milenaria: la creación de ejércitos mercenarios. Se dice que esta es la segunda profesión más antigua. En la Biblia hay por lo menos 12 referencias a intervenciones de ejércitos mercenarios. Los diez mil griegos que participaron en la famosa retirada documentada por Jenofonte en el año 400 a. C. eran mercenarios, al igual que muchos de los 60.000 soldados de Aníbal que cruzaron los Alpes en elefantes para atacar a Roma. Las conquistas de Guillermo el Conquistador habrían sido imposibles sin mercenarios; Thomas More recomendó contratar mercenarios para resguardar su república utópica, y el Vaticano emplea a la Guardia Suiza para proteger al Papa.
Hoy existe un número creciente de empresas estadounidenses, británicas, belgas y danesas que se dedican a la industria de la seguridad, contribuyendo a la inseguridad en lugares álgidos del mundo entero al enviar soldados de fortuna colombianos, chilenos, panameños, españoles, chechenos, franceses, suecos, serbios o ucranianos, a Yemen, Afganistán, los Emiratos Árabes, México, Haití o a donde los necesiten.
En 1991, el Senado estadounidense desveló que mercenarios británicos e israelíes capacitaban a los narcotraficantes colombianos para asesinar, secuestrar, fabricar carros bomba controlados a distancia. Y para 2012, Estados Unidos contaba ya con un ejército de mercenarios de más de 5.000 hombres armados en Irak. En 2015, el infame cartel Jalisco Nueva Generación ganó fama mundial al derribar un helicóptero de las Fuerzas Armadas mexicanas con la asesoría de mercenarios internacionales.
El negocio de los ejércitos mercenarios se ha extendido exponencialmente porque los gobiernos prefieren usar extranjeros que sus propios ejércitos y protegen el negocio con determinación. A los mercenarios se los puede acusar de violaciones de los derechos humanos porque la responsabilidad legal recae sobre los perpetradores del crimen, no sobre la nación o la compañía que los contrata.
Y mientras el negocio siga prosperando económicamente, nada impedirá su crecimiento. De nada sirve ignorarlos, regularlos o prohibirlos, el poderío del mercado ha determinado que los mercenarios hayan regresado al escenario mundial para quedarse. Esta es, quizá, la herencia más duradera de las guerras.
Sergio Muñoz Bata
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