Vaticinar cómo será la política hacia América Latina de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos en plena campaña electoral es siempre incierto. Una cosa es lo que los candidatos prometen en la búsqueda de votos y otra, muy distinta, es cumplir las promesas adaptándolas a las cambiantes realidades de la política.
¿Cuál es el estado actual de la relación entre EE. UU. y América Latina?, le pregunto a Peter Hakim, presidente emérito del Diálogo Interamericano. “Obama –me contesta– cambió dramáticamente el tono de la relación. Por su temperamento, su estilo y su raza, fue mejor acogido que su predecesor”.
Concuerdo. Además, descongelar la relación con Cuba, rompiendo un anacronismo que duró más de medio siglo, fue un acontecimiento histórico. Otro acierto de la política de Obama hacia la región ha sido su apoyo al proceso de paz en Colombia. Y si Obama no profundizó en otros temas de la relación fue por la falta de peso específico de la región en temas internacionales, la obcecación chauvinista del Congreso estadounidense, dominado por el Partido Republicano, y los desvaríos bolivarianos de los países del Alba, que dividieron la región e imposibilitaron cualquier acuerdo de dimensión hemisférica.
Hillary tiene un historial con la región que va más allá de una temprana luna de miel en Acapulco. Como Secretaria de Estado, mantuvo buenas relaciones con la inmensa mayoría de los mandatarios latinoamericanos. Destaco gozosamente la precisión quirúrgica de su descripción de Hugo Chávez como un “dictador auto-engrandecido”.
Trump ha tenido negocios en Panamá, Uruguay y en México, donde la experiencia fue terrible para los compradores de departamentos en una operación fraudulenta. También ha organizado concursos de belleza en la región.
En el futuro, hay tres grandes temas que afectan la relación con América Latina. En inmigración, las diferencias entre ambos candidatos son como el día y la noche. Trump ve a los mexicanos como criminales, traficantes de drogas y violadores, y promete construir un muro que México pagará. Hillary ha dicho: “No vamos a construir un muro.
Vamos a construir un camino hacia la ciudadanía para millones de inmigrantes que ya están contribuyendo a nuestra economía”. Más claro, ni el agua.
En comercio, ambos candidatos han expresado su desacuerdo con los tratados de libre comercio. Trump dice que los renegociaría a su estilo mafioso. La postura de Hillary es ambigua. Por su dependencia de los sindicatos, todos los candidatos demócratas han dicho que se oponen al libre comercio, aunque después han cambiado de opinión. Si Hillary no se declarara ahora en contra del libre comercio, podría perder en estados imprescindibles para ganar la elección. Y si triunfa, ¿insistiría en renegociar el Nafta?, le pregunto a Hakim. “Yo creo que si Hillary se plantea renegociar Nafta, lo que haría sería tan insignificante que ambos bandos terminarían irritados”.
En derechos humanos, EE. UU. nunca ha tenido una política dura al respecto, hay discursos y alusiones a maltratos, pero no pasa de ahí. Además, las prédicas de EE. UU. sobre el tema han perdido credibilidad con Guantánamo, Abu Ghraib y ‘Black Lives Matter’.
Si Trump gana la elección, nadie sabe qué pasará. Si Hillary es la presidenta, el futuro de la relación entre EE. UU. y América Latina dependerá del grado de integración económica de los latinoamericanos. “Con las divisiones actuales –me dice Hakim–, la única manera de relacionarse con la región es de país a país, con base en ciertos principios rectores”. Coincido con Hakim y confieso que no veo en el futuro inmediato ninguna posibilidad real de unificación de los países del hemisferio. Pero no tengo duda de que Hillary sería la mejor opción para América Latina.
Sergio Muñoz Bata