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La niebla de la guerra

La mayoría de los estadounidenses consideran que Rusia es un peligro y creen en el uso de la fuerza.

Mientras Vladimir Putin posiciona a más de 100.000 soldados en las fronteras norte, sur, este y oeste de Ucrania, en Estados Unidos se debate cómo enfrentar la provocación.
(También le puede interesar: Ucrania es México, y Kazajistán es Cuba)
En el centro de la discusión está la gran pregunta: si Rusia invade Ucrania, ¿debería EE. UU. responder militarmente a la provocación rusa? Para los halcones de siempre, la respuesta es un sí contundente. Ellos piensan que lo que dijo la exsecretaria de Estado Madeleine Albright en 1998 sigue vigente: “Si tenemos que usar la fuerza es porque somos América; somos la nación indispensable. Nos mantenemos firmes porque vemos el futuro más allá que otros países”.
John Cornyn, Ted Cruz, Marco Rubio y Jim Inhoffe son algunos de los senadores del Partido Republicano que han hecho públicas sus demandas al presidente Joe Biden de que apresure el envío de tropas estadounidenses a la región, aumente el presupuesto nacional de defensa (el presupuesto actual es diez veces más grande que el de los siguientes 10 países juntos), que dote a Ucrania de un arsenal de armas letales. Hasta ahora, ninguno se ha pronunciado en favor de una intervención militar directa, pero sus propuestas apuntan en esa dirección.
De la Doctrina Monroe al Destino Manifiesto, Estados Unidos se autodeclaró dueño del resto del hemisferio. La Segunda Guerra Mundial le ofreció una justificación moral para intervenir militarmente en el resto del mundo.

De la Doctrina Monroe al Destino Manifiesto, Estados Unidos se autodeclaró dueño del resto del hemisferio.

Cuenta la historia que en 1939, Lord Lothian fue enviado por la Corona británica a la Casa Blanca para pedirle a Franklin Delano Roosevelt que relevara al Reino Unido de su liderazgo mundial y asumiera el papel de guardián de la civilización anglosajona. Sin el apoyo de Estados Unidos, el Reino Unido se sabía incapaz de detener el Blitzkrieg nazi.
Para Roosevelt, la encomienda parecía imposible. En ese momento, la mayor parte de los estadounidenses se oponía a declararle la guerra a Alemania. Además, el ejército estadounidense era ridículamente pequeño, apenas comparable al de Bulgaria. Sin embargo, en una hazaña formidable, tres años después, Estados Unidos se fortalecía para cambiar, favorablemente, el rumbo de la guerra y darles un nuevo sentido a las intervenciones militares estadounidenses. Dejaban de ser luchas de conquista territorial para convertirse en batallas por la libertad, la democracia y la supremacía moral.
Poco duró esta enorme conquista. Las experiencias bélicas en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán provocaron el repudio de la ciudadanía y generaron reticencia a mandar a sus hijos a morir en tierras extrañas por causas ajenas al interés nacional.
Por otro lado, la insurrección del 6 de enero de 2021 en Washington D. C., en la que un puñado de salvajes atentaron contra la identidad democrática del país y asaltaron el Capitolio bajo falsas premisas, cuestionó el apego del país a la norma democrática y el Estado de derecho.
Dados estos antecedentes, la opinión pública norteamericana se muestra hoy confundida. En marzo de 2014, cuando las tropas rusas entraron a la península de Crimea, los encuestadores norteamericanos preguntaron si Estados Unidos debía intervenir militarmente para defender a Ucrania. Al mismo tiempo, le pedían al entrevistado localizarla en el mapa mundial.
La mayoría favoreció la intervención, pero lo curioso fue que cuanto menos el entrevistado podía señalar en un mapa dónde está Ucrania, más favorecía la intervención. La localizaron en Brasil, Sudáfrica, Portugal, Kazajistán, Finlandia o Sudán, y no faltaron quienes creían que está en EE. UU.
Solo uno de cada seis entrevistados sabe dónde está el país al que quiere defender, pero es evidente que en este momento la mayoría de los estadounidenses consideran que Rusia es un peligro y creen que el uso de la fuerza reforzaría la seguridad nacional de EE. UU. Hoy, la misma confusión que muestran las encuestas de opinión es patente en las declaraciones de políticos y observadores no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo.
SERGIO MUÑOZ BATA
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