Me atrevo a suponer que ni siquiera en sus sueños más irracionales, ese dechado de vulgaridad y lascivia llamado Donald Trump imaginó que su deleznable charla sobre sus abusos provocaría una conversación nacional sobre las agresiones sexuales.
Hoy, en las universidades, en los hogares, en círculos políticos, en el mundo de los negocios y en otros espacios públicos, el tema de los contactos sexuales indeseados y sin provocación se discute bajo nuevas perspectivas.
La prensa nacional ha documentado de qué manera las mujeres que en su pasado vivieron una experiencia semejante a la que narró Trump ahora están hablando de ella con sus maridos, con sus hijos, con sus amigos y en los medios sociales.
The New York Times, por ejemplo, narra el caso de una mujer que al oír a Trump revivió una experiencia parecida cuando de joven hizo un interinato y uno de sus supervisores la atacó sexualmente. El dolor del recuerdo le hizo airearlo en su página de Facebook y al descubrir el secreto de su hija en Facebook, la madre recordó con amargura que ella también había sido víctima de acosos sexuales que había guardado en silencio toda su vida.
También se han hecho públicos casos en los que, después de oír a Trump, algunas parejas se han separado. Una mujer, por ejemplo, decidió separarse cuando el hombre puso en duda las declaraciones de las víctimas de Trump. La mujer había sufrido una experiencia semejante tiempo atrás. “Las negaciones del abuso –dijo la mujer– motivaron en mí un momento de claridad”.
La ley en Estados Unidos señala que un contacto de tipo sexual como, por ejemplo, tocar intencionalmente las partes íntimas de una persona sin su autorización y con el fin de satisfacerse sexualmente es un delito castigable con hasta 15 años de cárcel. Esto podría suceder si la víctima reporta el crimen y puede probar que en efecto así sucedió, algo sumamente difícil.
A la fecha, son todavía pocos los casos en los que las mujeres se atreven a denunciarlo; es menos frecuente que un macho lascivo vaya a dar a la cárcel por faltarle al respeto y es casi imposible que se lo castigue si es rico y poderoso. Trump comenta que las mujeres a las que tocaba de forma inapropiada se “dejaban” porque “las celebridades (como él) pueden hacer lo que quieran”.
Por supuesto que la conversación actual sobre el tema de las agresiones sexuales no empieza con las majaderías de Trump. En la última década ha aumentado el número de denuncias por casos de violencia sexual, sobre todo en las universidades, y han aumentado también los nuevos reglamentos que sancionan este tipo de conductas.
Las demandas legales también han obligado a una redefinición de los temas y términos relacionados con la agresión sexual, como, por ejemplo: ¿qué significa mantener una relación sexual consensuada?
“Hace apenas cinco años tocar o besar a alguien sin su consentimiento no necesariamente era reconocido como un asalto sexual. Hoy sí lo es”, declaró a The New York Times la profesora Alexandra Brodsky, fundadora de una organización dedicada a prevenir la violencia sexual en los campus universitarios.
También ha evolucionado nuestra manera de ver el asalto sexual. Una violación ya no es un insulto al honor de la familia, sino un asalto al ser y a la intimidad de la víctima. Tampoco se cree la versión bizantina que justificaba una violación por el atuendo “provocativo” de la mujer.
Una constante de la nueva ola de denuncias ha sido la reticencia de las víctimas a nombrar al agresor, quizá por la dificultad de probar el caso y por el riesgo de ser demandas por difamación. Nombrar al agresor, sin embargo, sería un poderosísimo elemento de disuasión que podría salvar a muchas otras mujeres del abuso de depredadores sexuales como Trump.
Sergio Muñoz Bata