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El llamado ‘Trump tropical’, bajo asedio

Además de la crisis sanitaria-económica, Bolsonaro enfrenta ahora una nueva crisis político-judicial

Cualquiera diría que la presidencia de Brasil conlleva serios riesgos para el presidente en funciones, pero sobre todo para el país. Desde que se restauró la democracia en 1985, el único presidente que vive tranquilo en su casa a sus 85 años es Fernando Henrique Cardoso. De resto, unos fueron depuestos; otros, encarcelados, y otros más, acusados de corrupción. Hoy parecería que el actual presidente, Jair Bolsonaro, no seguirá la plácida ruta de Cardoso a una vejez digna, sino que muy probablemente terminará, como sus peores antecesores, en la cárcel o en la ignominia.
Y aunque su plataforma política, sus elogios a la dictadura militar que tomó el poder de 1964 a 1985, sus ataques a la preservación del medioambiente, su vociferante misoginia que lo ha llevado a incitar la violencia contra las mujeres, sus pronunciamientos antigais, su admiración por dictadores como Pinochet o Fujimori, sus elogios a la tortura y su desprecio al Estado de derecho y a la democracia presagiaban una presidencia fallida, su desempeño en la presidencia ha rebasado las peores expectativas. La lista de sus errores, omisiones y comisiones es larga, y la separación de sus cargos de dos de los más respetados ministros en su gabinete confirman sus yerros y auguran más turbulencia conforme avancen las investigaciones derivadas de las graves acusaciones que pesan sobre el capitán retirado del ejército.
La primera baja en el gabinete presidencial fue la del Dr. Luiz Henrique Mandetta, despedido por Bolsonaro por criticarle al presidente que públicamente minimizaba el peligro del virus y rehusarse a mantener el distanciamiento social que las autoridades sanitarias habían dictado para contener el avance del virus.
Con más de 100.000 contagiados y más de 7.000 muertos, Brasil es el segundo país de América más afectado por la crisis. Un poco menos que Estados Unidos, la nación con mayor número de contagiados y muertos del mundo, y quizá un poco mejor que México, donde sabemos que las cifras de contagios y muerte son mucho más altas que las reportadas, pero nadie sabe con certeza qué tan altas. Para combatir esta crisis, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha oscilado entre la ineficiencia y la opacidad.
La segunda renuncia que ha conmovido duramente a Brasil es la del ministro de Justicia, Sergio Moro. Las acusaciones contra Bolsonaro son sumamente serias: interferencia en el trabajo de la policía, tráfico de influencias, obstrucción a la justicia y representación incorrecta de documentos públicos.
Peor aún, Moro acusa a Bolsonaro de interferencia política por destituir al jefe de la policía y nombrar a un nuevo jefe-amigo para blindar a uno de sus hijos, Flavio, de una investigación por corrupción en un caso de milicias policiacas ligadas al crimen organizado, y a otro, Carlos, sospechoso de participar en una organización que difundía noticias falsas con fines políticos.
Por lo pronto, el Tribunal Supremo de Brasil ha permitido que se abra una investigación judicial del caso. Si de dicha investigación se derivara una acusación formal contra el presidente, el caso sería trasladado a la Cámara de Diputados, donde Bolsonaro tiene la mayoría, y todavía es demasiado temprano para saber si esta aceptará iniciar un juicio político que podría destituirlo.
Lo único seguro es que la renuncia de ambos ministros, especialmente la de Moro, el juez que mandó a la cárcel a Luiz Inacio Lula da Silva, acusado de corrupción, le ha dado un duro golpe a Bolsonaro, que tendrá que enfrentar la nueva crisis político-judicial y una crisis sanitaria-económica de enormes proporciones, sin dos colaboradores que fueron piezas claves para su elección. Según la agencia calificadora Moody’s, el PIB de Brasil caerá un 5,2 % este año.
Sergio Muñoz Bata
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