Yo no sé usted, pero los millones de personas que votamos por él vamos a extrañar mucho a Barack Obama por su reposada inteligencia, decencia, integridad, elegancia e impecable conducta personal.
De mayor calado histórico será la hazaña de haber sido el primer presidente afroamericano electo en este país. Una proeza difícil, dados los enormes rezagos que subsisten en cuestiones de igualdad racial.
Habrá quien le reproche no haber ejercido un liderazgo más firme o su falta de recursos políticos para lidiar con un Congreso obstruccionista (aunque hay testimonios grabados del líder de la mayoría republicana en el Senado en los que anuncia su intención de obstruir todas las iniciativas presidenciales).
Sí, Obama no ejerció un liderazgo tipo Franklin Delano Roosevelt para lograr una transformación trascendental del país ni tuvo la destreza política de Lyndon Johnson para concretar los programas de la ‘Gran sociedad’. Quizá porque las circunstancias históricas eran diferentes o porque su estilo razonable no encendió el ánimo de la ciudadanía.
Pero no olvidemos que asumió la presidencia con una economía en caída libre, un país empantanado en dos guerras que todavía hoy no puede ganar, y un deterioro brutal de la imagen de Estados Unidos en el mundo.
Para el abogado Daniel Belin, el legado de Obama empieza con “su estable enfoque para reconstruir una economía que se encontraba en un estado desastroso”. En una entrevista en The NYT, Obama concuerda con Belin: “Muy probablemente manejamos esa situación mejor que cualquier país con una economía semejante en la historia moderna”. El problema fue que para los ciudadanos el rescate económico benefició a los banqueros, los industriales y los especuladores de Wall Street, no a la ciudadanía.
Sin embargo, recuerde que cuando Obama asumió la presidencia, la tasa de desempleo era del 10 y hoy es del 5 por ciento; el empleo aumenta, el déficit presupuestal se ha reducido en 1 millón de billones de dólares y el crecimiento económico anual del país es mayor que el de cualquier otra nación del primer mundo.
En los primeros dos años de su gobierno, y con un Congreso dominado por el Partido Demócrata, Obama logró la aprobación de la reforma sanitaria que hoy protege a 20 millones de personas. Un logro, dijo Obama, “por encima de lo logrado por cualquier presidente, con la posible excepción de Johnson, Roosevelt y Lincoln”. El problema fue, otra vez, la manera de aprobarlo, explicarlo e implementarlo. ‘Obamacare’ sigue siendo una medida impopular, difícil de entender y cara para el beneficiario, y su permanencia está amenazada.
En temas de inmigración, Obama prometió liderar la lucha por una reforma migratoria integral y no cumplió su promesa, en gran parte porque la pérdida de la Cámara de Representantes en el 2010 se lo impidió. Lo malo es que entre el 2008 y el 2015, Obama deportó más inmigrantes que George W. Bush. En los últimos cuatro años han declinado las deportaciones, la mayoría de ellas tienen lugar en la frontera y las que continúan en el interior del país son mayormente de individuos con antecedentes penales.
Por otro lado, desde el 2012 Obama estableció el programa Daca, que protege de la deportación a personas indocumentadas que llegaron al país siendo menores de edad y les permite obtener permisos para trabajar. Hoy, el programa está en suspenso porque el presidente electo ha dicho que expulsará a todos los inmigrantes sin documentos y no se sabe con certeza qué hará con los llamados dreamers.
Un último dato en este recuento de las políticas nacionales de Barack Obama. El Presidente deja el puesto con un índice de aprobación del 55 por ciento, semejante al de Ronald Reagan al dejar la presidencia, por encima del de Bill Clinton y 20 puntos arriba del de George W. Bush.
Sergio Muñoz Bata
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